Líbano: Más allá de la explosión

Refugiados Líbano
Asentamientos de refugiados en en el Valle de la Bekaa, distrito de Zahle (Líbano). Fotografía de Pablo Sánchez

Pablo Sánchez (@pablosanchezvol) (@thehealthimpact)

  • Líbano tiene que combatir una pandemia que amenaza con llegar a los asentamientos en los que viven hacinados cientos de miles de personas refugiadas, y que se suma ahora a las consecuencias de la explosión del pasado 4 de agosto

Un niño con doce años en España todavía va al colegio. Se está formando para acceder al instituto y poder terminar su educación obligatoria. Un niño nacido en Afganistán está huyendo del terror a través de una ruta en la que el hambre, la pobreza, la muerte y los abusos en la frontera acechan constantemente. Han sido miles de familias las que migraron a otros países con lo puesto para evitar morir en sus casas y se vieron rechazadas al llegar a la frontera con Europa. Por otra parte, aquel que nació en Siria y se tuvo que ir al país vecino no goza de mejores oportunidades. Líbano alberga 1,5 millones de sirios siendo un país con 6,8 millones de habitantes, unos pocos más que la Comunidad de Madrid. Esto le convierte en el país con más refugiados per cápita del mundo y una situación extremadamente volátil que se ha agravado desde el comienzo de las protestas en octubre del año pasado contra la falta de trabajo y una corrupción que asola las instituciones.

Además, en Líbano también residen refugiados palestinos desde los años 50 con números que hablan de incluso medio millón de personas actualmente, muchas de ellas malviviendo. El país arrastra desde hace años graves carencias que atañen a la escolarización de los niños sirios en el país, y se calcula que hay 180.000 menores sirios que se ven forzados a trabajar; además, Líbano tiene que combatir ahora una pandemia que amenaza con llegar a los asentamientos en los que viven hacinados cientos de miles de personas refugiadas desde hace más de nueve años. Son asentamientos extendidos por todo el país y concentrados en el Valle de la Bekaa, que dan cobijo a las familias que esperan que el conflicto en su país de origen acabe. Personas que se han visto obligadas a lidiar con la pobreza día tras día y apenas han recibido protección de la aclamada comunidad internacional. Ya en diciembre se podía incluso palpar el miedo que sentían las familias refugiadas por culpa de la situación del país. "Tememos que vengan y nos quemen la casa. Nosotros solo queremos vivir como cualquier otra persona", me dijo un padre de cuatro niños con el que compartí numerosas tardes en un asentamiento. Eso, ligado a amenazas constantes que culpan a los miles de refugiados del colapso del país, hace su vida un infierno. La desigualdad, la discriminación y la polarización que culpan al pobre de todo problema habido y por haber.

Imagina que en España tres de cada cuatro personas tuvieran que saltarse una comida. Imagina que llegas a casa y sólo tú comes mientras tus padres, hijos o hermanos no pueden permitírselo. Imagina cómo debe sentirse quien tiene que poner a su niño a trabajar porque no tiene nada que llevarse a la boca o se ve forzado a ocultar su preocupación mientras cede su ración para que sus hijos pequeños puedan comer. No hace falta imaginarlo porque ya pasa, aunque no sean europeos y no abran telediarios.

Refugiados Líbano
Asentamientos de refugiados en en el Valle de la Bekaa, distrito de Zahle (Líbano). Fotografía de Pablo Sánchez

La explosión del pasado 4 de agosto recopilaba miles de mensajes de ayuda hacia la población libanesa, pero llegan tarde. Acción Contra el Hambre apunta que el 70% de los libaneses y el 88% de los sirios han perdido su trabajo desde el comienzo de la pandemia y que el 75% de los refugiados sirios se salta alguna comida por falta de dinero. Las condiciones en las que viven los refugiados en las decenas de asentamientos que se distribuyen por todo el país ya eran nefastas antes de que todo esto sucediera. ¿De verdad hace falta que explote algo para que se pueda enviar un poco de ayuda? Desde The Health Impact llevamos denunciándolo meses. Líbano necesita ayuda y no puede esperar. La gente necesita comer, necesita vivir, necesita no tener que sacrificar comidas, necesita no tener que poner a su hijo de seis años a pedir en el semáforo.

Ya no sólo por las 250.000 personas que perdieron su casa hace dos semanas y cuyo futuro es incierto, sino por todo un país que lleva años y años soportando las consecuencias de la guerra en la región. 

Ha hecho falta que estallara un almacén que se ha cobrado más de 220 vidas y ha dejado a más de 7.000 personas heridas para que aquellos gobiernos que hacen gala de su defensa de los Derechos Humanos se dignaran a enviar ayuda o visitar un país que lleva sobre sus hombros una de las peores crisis vividas hasta ahora. Una explosión que ha arrasado la casa de miles de personas, pero que también se ha llevado a hospitales y colegios por delante. Se estima que Beirut cuenta con algo más de 1,6 millones de habitantes, de los cuales casi el 20% se ha quedado sin hogar, lo que aumentará la pobreza estructural, la marginación social y la discriminación hacia las personas refugiadas que viven en Líbano.

Son miles de historias las que cuentan las numerosas injusticias que se han ido sucediendo a lo largo del tiempo. Por ello, ahora que también son muchas las organizaciones y gobiernos los que predican la importancia del respeto de los derechos humanos, resulta hasta insultante que sean estos mismos los que lo incumplen de manera sistemática.