¿Vivimos el miedo de la misma manera?

Barrio de Salamanca
Esquina del Barrio de Salamanca donde se realiza este reportaje. Fotografía de Laura Manrique Gerber

Laura Manrique Gerber (@LauraMGerber) / Fundación por Causa

Ricos y pobres. Una fotografía narrada desde un mismo punto en el Barrio Salamanca (Madrid)

Madrid es la comunidad autónoma más afectada por la segunda ola de coronavirus. El gobierno de Isabel Díaz Ayuso acaba de anunciar nuevas medidas para evitar la propagación del virus, desde confinamientos selectivos a partir de este fin de semana hasta otras restricciones de movilidad. Ante esta situación, muchos ciudadanos vuelven a sentir temor e incertidumbre. Sin embargo, no todos lo sienten de la misma forma. La fortaleza de cada hogar para lidiar con la pandemia está directamente relacionada con su clase social y situación socioeconómica, una realidad patente en cualquier esquina de la ciudad. El abismo entre familias migrantes de la periferia y personas de alto nivel adquisitivo no es perceptible a primera vista, pero sí a partir de las primeras palabras. Esta es una fotografía narrada de la esquina del barrio de Salamanca, uno de los más exclusivos de Madrid.

Son las 8:30 de la mañana y el tráfico empieza a ser intenso en la calle Serrano, corazón de esta zona exclusiva de la capital. Dos realidades distantes conviven en aparente calma en este mismo lugar. Con más o menos dinero, a cualquier persona a la que se le pregunte responde con pavor ante la nueva crisis sanitaria que vive Madrid. No obstante, quienes vienen de un estrato social más humilde muestran más temor. Se sienten más vulnerables, por ejemplo, a perder su trabajo en el caso de que se contagien.

La periodista que redacta estas líneas hace un pequeño sondeo con diez personas que pasan frente a la tienda de Louis Vuitton de la calle Serrano. Antes de empezar a hablar, un rasgo les define: no todas llevan la misma prisa. ¿Qué es lo que les separa? Una nómina y un hogar. Me paro con varias trabajadoras que viven en la periferia pero trabajan como limpiadoras y cuidadoras en el barrio de Salamanca. No esconden que se sienten vulnerables ante las preguntas de una periodista. Todas expresan miedo, preocupación, tensión ante la posibilidad de perder su trabajo. Al lado opuesto de la pirámide social, las personas residentes en la zona que responden tienen una preocupación distinta: su miedo reside en la posibilidad de contagiarse, pero saben que el colchón económico no desaparecerá de sus vidas.

Patricia, una chica joven boliviana, se detiene a responder. Pide que no use la grabadora porque no quiere tener problemas: sabe que expresar su opinión puede poner en riesgo demasiadas cosas importantes. Patricia lleva 14 años en España trabajando de interna. Se hace cargo de la casa y se encarga de una niña de un año y un niño de seis, al que lleva al colegio. La rutina de acompañar al pequeño a la escuela le causa mucho miedo. Esta trabajadora es consciente de las posibilidades de contagio que puede haber en el centro escolar y teme perder su trabajo al contagiarse. Asegura que no quiere volver a su país porque aquí se siente más segura, a pesar de tener a dos hijos y al resto de su familia en Bolivia.

Diez minutos después de terminar la entrevista con Patricia, me cruzo con Rosana, también boliviana. Viste atuendo de limpiadora y muestra la misma inseguridad de Patricia para atender a esta periodista. Actualmente trabaja limpiando en la calle Claudio Cuello. Rosana fue madre siendo ella joven y actualmente tiene un hijo de 17 años, pero de momento logra compaginar sin problema su trabajo con la educación del chico. Está contenta con su situación: "La verdad es que todos cuidan y respetan las medidas de seguridad", dice con un poco de timidez y midiendo las palabras, con miedo a decir algo que pueda perjudicar a su puesto de trabajo. La gran preocupación de Rosana es la misma de Patricia: "Tengo miedo de que mi hijo vaya a la escuela porque está más expuesto al virus y la situación en la que nos encontramos ahora mismo no puedo permitirme tener yo el coronavirus porque necesitamos comer y el trabajo te da el dinero".

"Tengo miedo de que mi hijo vaya a la escuela. No puedo permitirme tener yo el coronavirus porque necesitamos comer", expresa Rosana, limpiadora.

Rosana y otras profesionales de la limpieza -uno de los sectores con mayor proporción de personas migrantes- siguen reivindicando flexibilidad de horarios para así evitar las horas punta del transporte público. Ella y muchas personas en una situación similar recorren grandes distancias a diario, desde las periferias de la capital hasta los barrios céntricos y más adinerados. Defienden que es una medida que mejoraría la protección de estas trabajadoras y también al resto de la sociedad.

La situación económica configura la forma de temer y lidiar con la pandemia. Otro factor clave, pero que a menudo se olvida, es la situación administrativa: todo resulta irrelevante cuando lo básico de la vida se te escapa. Es el caso de Kevin, un joven alto procedente de Nigeria y que viste ropa desgastada mientras pide ayuda delante de un estanco. Para personas como Kevin, el coronavirus es un problema secundario: su principal preocupación es poder comer. Kevin está en situación irregular, una condición que le pesa como una losa que se pone cada día en la espalda. Consciente del mapa económico de Madrid, viene cada día desde la calle Impala, donde vive, hasta la calle Claudio Coello para intentar sobrevivir. Kevin ya lleva dos años viviendo en España, sin papeles, y asegura que la situación que está viviendo es insostenible. "Si ya era difícil conseguir trabajo antes, pues ahora mucho más". No quiere volver a su país porque siente que allí su vida peligra. Le entristece esta situación porque "cada vez es más desesperante".

La otra cara de la moneda aparece sin necesidad de cambiar de acera o barrio. Se trata de una realidad totalmente diferente. El virus sigue presente, pero habita en otra planta, en otra escala. Las personas con mayor nivel adquisitivo también sufren y temen por la pandemia; sin embargo, tienen menos dificultad para compaginar el trabajo con la vuelta al colegio de los niños. Es el caso de Carmen, madrileña y vecina del barrio Salamanca, más específicamente de la calle Príncipe de Vergara. Esta mujer de 34 años no tiene ningún problema en pararse a charlar porque no lleva tanta prisa. Tiene dos hijos pequeños, de dos y cuatro años respectivamente. Confiesa que si no fuese por la cuidadora de origen filipino que se encarga de los niños sería incapaz de compaginar el trabajo con la vuelta al cole. A diferencia de Rosana y Patricia, para Carmen que sus pupilos acudan al centro escolar es imprescindible y, por ende, también lo es la labor de la cuidadora. "Gracias a ella puedo trabajar, ya que los recoge del colegio sin problema; nosotros en nuestro caso no tenemos miedo a que los niños vayan al colegio, es más, creemos que es importante que vayan y que socialicen".

Carmen confiesa que si no fuese por la cuidadora de origen filipino que se encarga de los niños sería incapaz de compaginar el trabajo con la vuelta al cole.

En esta misma situación se encuentra Natalia, Natalia, madrileña con tres hijos, dos de ellos a punto de comenzar bachillerato y una en primaria. La vuelta al colegio está siendo más complicada para Natalia de lo que esperaba. Con cierta indignación, reclama que no entiende el comportamiento que están teniendo los centros educativos en este momento. Esa es su gran preocupación. El resto (seguridad, estabilidad laboral, ahorros) está asegurado. Ella es ingeniera de caminos y le han reducido el sueldo y la jornada laboral para poder llevar a su hija al colegio. Subraya que lo hace ella porque a su marido no le han dejado esa misma flexibilidad.

La diferencia que separa unas realidades y otras en un mismo trozo de acera es abismal. Sin embargo, también cobra fuerza un elemento común que une a todas estas historias: en mayor o menor medida, todas comparten la inquietud de cara al futuro y se preocupan por lo que pueda pasarle a sus hijos, por la evolución del coronavirus. Todas anhelan la vuelta de la normalidad y comparten cierto pesimismo sobre cuándo llegará ese momento... o si siquiera llegará.

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