Las letras de mi nombre

Jarrón
Jarrón

Lola Cabrillana (@de_infantil)

El refuerzo del docente pasa por esas pequeñas cosas, indetectables en la intermedie de lo banal, que llegan con retraso y huracanan de afecto el presente.

El mío es un pequeño jarrón. Es de barro y está hecho a mano. Es tan diminuto que puedo taparlo con un dedo.

Conocí a su creador cuando tenía 11 años. Llegó a mi clase sin más equipaje que sus duras vivencias y una etiqueta.

En su corta existencia había dormido en la calle demasiadas horas.

Su madre, buscando una vida mejor en otro país, se tropezó con las miserias humanas. Le aplastaron los sueños más profundos por veinte euros el servicio. Sin más salidas que una opaca habitación que el niño sólo podía ocupar entre cliente y cliente.

En clase no era capaz de controlar a ese pequeño que no inventaba nada bueno. Un trozo de mi chaqueta pasó a formar parte, hasta la eternidad, del asiento de mi silla. El pegamento que utilizó sobrevivió al tiempo y al desgaste.

Mis mañanas pasaban por la tortura de predecir sus travesuras y evitar sus peleas.

Todo el mundo, continuamente, le recordaba lo malo que era.

Un día se peleó con un compañero. Al separarlo, lo agarré con fuerza. Al mantenerlo sujeto lo abracé. Ante la sorpresa, de sentirse atrapado en mis brazos, se rindió.

Lloró. Con fuerzas, con la rabia que tenía dentro, encontrando en mi hombro quizás el único recodo cálido del camino.

Sus compañeros enmudecieron, compartiendo en silencio ese dolor contenido. Esa angustia que salía a borbotones.

Seis meses después, un cambio de centro de acogida lo alejó de mí. En el tiempo compartido no había podido cambiar el tamaño de su etiqueta. Demasiado breve.

Diez años después, un chico alto entró una tarde en mi clase. Reconocí de inmediato esa sonrisa. Es tono de azul tan inusual en sus ojos. Al saludarme me abrazó con fuerza. Recordaba mi olor. Subimos a la clase donde puso tantas veces mi paciencia a prueba. "Maestra, aquí me diste mi primer abrazo".

Me regaló un pequeño jarrón con mi nombre. Lo modeló en el pequeño taller donde trabajaba. En el mismo pueblo costero que lo acogió tras su partida.

Reconocí al niño que robaba la merienda en las tiendas del barrio, cuando su madre no tenía tiempo de abrirle la puerta. El hombre que tenía ante mí tendría dentro muchas de sus heridas.

Se despidió con otro abrazo. Me dejó su regalo. Con las letras de mi nombre escritas a mano.

Un regalo que me recuerda cada día que cuando trabajamos con pasión llegamos al corazón de otros.

Dejando la huella de un abrazo o de un olor. O de un trozo de la chaqueta que se convirtió en el recuerdo eterno de una infancia gris y áspera. Y que no desaparece con el paso del tiempo.

Lola Cabrillana (heterónimo) es maestra de educación especial y educación infantil. También es escritora y cuentacuentos. Puedes seguirla en su cuenta de Twitter, @de_infantil