El racismo institucional oculta de nuevo a las víctimas

Varias personas protestan con pancartas en la décima Marcha de la Dignidad con el lema '¡Basta de violencia en las fronteras! ¡Migrar es un derecho!', en la playa del Tarajal, a 4 de febrero de 2023, en Ceuta, (España). Foto: Antonio Sempere / Europa Press
Varias personas protestan con pancartas en la décima Marcha de la Dignidad con el lema '¡Basta de violencia en las fronteras! ¡Migrar es un derecho!', en la playa del Tarajal, a 4 de febrero de 2023, en Ceuta, (España). Foto: Antonio Sempere / Europa Press

Cuando se inició la invasión de Ucrania la respuesta internacional fue de una contundencia esperanzadora y al mismo tiempo dolorosa. Quienes trabajamos en temas migratorios vimos como nuestros sueños más ambiciosos en materia de refugio y asilo se hacían realidad. Autoridades y ciudadanía volcadas en acoger a una enorme cantidad de población en movimiento, millones de personas. Se demostró que sí es posible desarrollar un sistema justo y solidario. Acto seguido la pregunta que se planteó fue: ¿por qué no se ha trabajado para conseguir esto antes? Muchas voces se alzaron denunciando lo obvio, las personas ucranianas tienen un fenotipo de piel clara y rasgos arios, "se parecen más a nosotras". Bueno, en realidad, se parecen al estereotipo de película estadounidense porque en España somos más bien tirando a mediterráneas, morochas, como diría mi abuela. Luego está el tema de que son cristianas, es decir, que no son musulmanas. Al final, todo se reduce a superar una serie de estereotipos racistas e islamófobos que nuestra sociedad no es consciente que tiene, y que son alimentados por intereses oscuros y negligencias.

En este dilema el racismo institucional de nuestro país ha triunfado sobre la ética y la justicia. Esto se ha sublimado con el caso del joven llegado de Ucrania pero de origen marroquí que, con 21 años, acaba de suicidarse en un centro de acogida. Tras meses intentando que alguien le ayudara, recién salido de la guerra, destrozado y vulnerable, atrapado en un sistema inhumano, ya no pudo más y decidió dejar de vivir convirtiéndose en la expresión innegable de lo que muchas voces estaban denunciando. Y todo esto rodeado de mentiras, engaños y opacidad por parte del Ministerio de Migraciones que se une así a sus compañeros de Interior en las turbias maneras de gestionar los errores en temas migratorios.

Hay tertulias y bulos que cuestan vidas. Hay líneas narrativas que arrasan con colectivos vulnerables. No hay más que recordar en cómo ha tratado la narrativa racista a las personas gitanas en nuestro país toda la vida. Ahora el top del maltrato narrativo lo tienen los jóvenes marroquíes, mayor exponente de grupo denominado MENA. El relato de que son malos y peligrosos convierte su fracaso en una profecía autocumplida, no hay por donde salir de ella. La muerte de este chico es un claro ejemplo de ello. El mensaje que lanza el Gobierno de España una vez más es contundente: hay vidas que importan más que otras.

Da mucho miedo el desprecio que expresan los distintos ministerios de Pedro Sánchez por los derechos de ciertas personas. Cuando lo derechos se empiezan a perder para unas se acaban perdiendo para todas. Quienes están leyendo este artículo deben saber que un día pueden ser ellas quienes necesiten ver sus derechos reconocidos, o algún familiar, o alguna persona a la que aman. Si no defendemos la democracia por generosidad hagámoslo por egoísmo inteligente. Es triste que necesitemos sufrir las injusticias en nuestras propias carnes para asustarnos y ponernos a corregirlas. Cuando llega ese momento suele ser demasiado tarde. Ojalá la muerte de este chico sirviera para evitar más muertes, para parar la tremenda impunidad con relación a las injusticias en temas migratorios, para devolver a nuestro sistema algo de ética e integridad. Por eso digo, hagamos ruido, Indignémonos!, por él y por todas nosotras.