Posibilidad de un nido

Con la polla en la mano

Con la polla en la mano

Petición de change.org sobre masturbarse en público.

Al lerdo no se le cae la baba, pero bien podría caérsele: "Venga ya, a mí una tía se me hace una paja delante y le hago un monumento". El lerdo acaba de enterarse, como yo misma y muchas otras personas de este bonito reino llamado España, de que masturbarse en un "espacio público" delante de una mujer mayor de edad no es delito.

Ah, qué les voy a contar a estas alturas, queridas, queridos, de los pajilleros. Esa pulsión irrefrenable, arrolladora, que lleva al macho a sacarse la polla en calles, caminos, trenes, portales, estaciones, garajes, ascensores, retretes, vehículos públicos y privados, salas de espera y así, sacarse la polla y moverla hasta que se le cae la baba. Ah, la polla en la mano, qué bonito tema para el National Geographic.

Mis padres no veían bien que, recién cumplidos los 18, trabajara sirviendo copas en una población turística de la costa catalana. Entraba a las 5 de la tarde y salía hacia las 3 y media de la madrugada. Yo me creía muy pichi, pero mi hijo mayor tiene ahora la misma edad que yo entonces y sé de qué hablo. Ni puñetera gracia. Yo además era hembra, una chavala.

El camino del bar a mi casa no llegaba a 10 minutos. ¿Feo? Un poco, porque incluía túnel, pero no demasiado porque no incluía carretera, bosque ni polígono. No había pasado diez días detrás de la barra cuando me di cuenta de que llevaba un coche pegado en la calzada al ritmo de mi paso. No miré. Con 18 y dos tetas ni siquiera te hacen falta instrucciones para saber que no debes darte por enterada. De la misma manera que no puedes seguir fingiendo que larariro pasada una semana.


Así que tuve que mirar. No mucho, no hace falta. El batracio rubicundo que me acompañaba al ralentí conducía con la izquierda animado por el elástico rebote que marcaba el ritmo de la derecha en su faena. Si supieran, desgraciados, si supieran de su grotesca, indigente imagen, quizás se guardarían la paja para casa. Pero indudablemente algo esencial de esa rancia urgencia sin elaboración se me escapa.

Se me escapaba entonces y más de treinta años después se me sigue escapando. Los lerdos son un palo que no toco ni para escupirles.

Lo hice tras considerar el riesgo de que el idiota llegara al punto de la familiaridad. Ni se me pasó por la cabeza, al dirigirme a la Policía local, sustentar el relato en mis temblores, el pánico a echar la persiana, el insomnio, las arcadas, mi desolador espanto diario. Desolador. Así que les dije a los agentes que cabía la posibilidad de que el tipo, jajajá, lo convirtiera en moda, jojojó, y qué dirá el turismo de la polla provincial.

El final de esta historia de primera juventud es de una sordidez que ya no visito. He aprendido a ahorrarle algún bochorno, aunque no lo parezca, a mi familia. Baste decir que la Policía de El Vendrell, en aquel 1986, me respondió con cierto jijijí que, si el tipo no había salido del coche ni me había tocado, cuál era exactamente mi queja. Cuando finalmente el tipo lo hizo, porque sí, acabo saliendo del coche como era de prever, ya no acudí a la autoridad, pero esa es otra historia.

El lerdo al que no se le cae la baba, pero bien podría caérsele ("Venga ya, a mí una tía se me hace una paja delante y le hago un monumento"), acaba de enterarse gracias a (o por culpa de) la mujer llamada Anna Paula de que puede plantarle una paja en la jeta a una tía e irse tan pichi. Este diario informa de su recogida de firmas para pedir "que masturbarse en espacios públicos delante de una mujer mayor de edad sea un delito y no una infracción leve como hasta ahora". Se ha enterado el lerdo, me he enterado yo, se han enterado el Ministerio de Igualdad y el Gobierno de España y hasta la nave que se olvidó de E.T. se ha enterado.

Llegadas a este punto deberíamos darle las gracias a Anna Paula y atragantarnos con nuestra vergüenza.

Podríamos también abundar en la idea de "espacio público" frente a privado, pero resultaría demasiado abstracta y sobre todo muy chocante junto al lerdo que se la menea. Podríamos incluso cuestionar qué significa "mayor de edad" cuando un ser humano en estado de peligrosa imbecilidad te impone sus genitales en una agresión cuya sombra te acompañará toda tu puñetera vida. Son detalles.

Se me ocurre que, tras la reverencia a Paula, cada una podría sentarse, ya acabada la jornada, y recordar la primera vez que un tipo le impuso un dolor con la polla en la mano. La primera o cualquier otra. Porque la paja de aquel desgraciado ha marcado mi/tu/nuestra sexualidad para siempre jamás, y también la imagen de lo que consideramos que es un varón adulto, y ese espacio borroso donde el sufrimiento y la náusea no encuentran palabras para la denuncia.

Un pajillero, queridos lerdos, queridos no lerdos, no tiene maldita gracia. La visión de aquella polla en la mano del tipo que se masturbaba en mis vueltas a casa, las pollas de los vagones, las de los parques y los aparcamientos, todas esas pollas en espasmo impuestas a una mujer dejan una huella devastadora, un dolor lacerante sin nombre exacto.

Y no es delito.

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