Posibilidad de un nido

No volvemos a casa

Pixabay.
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Nunca volvemos a casa. Ay, esa idea de volver a casa por Navidad. Quien vuelve ya no soy yo, como no era yo tampoco entonces, y aquellos a quienes encuentro podrían formar parte, oh soberbia, de algo que podría considerar "los secundarios". Una siempre cree que el resto forma parte del reparto.

Cada año, el mismo ritual. Desandamos de nuevo el mismo camino y quien lo desanda ya es otra. Otra de nuevo. Creemos encontrar a las mismas personas, pero nosotras, yo, formamos parte de sus secundarios como ellas de los nuestros. Así, las modificaciones que nos van extrañando de quienes éramos, componen un nuevo retrato en el que todas, todos, fingimos ser las mismas.

Pero sucede a veces que una ausencia delimita el hueco de que pone todo el entramado en evidencia. Sería, pienso, un buen momento para repensarnos, mirarnos a la cara, repasar los rastros que el tiempo pasado desde la última vez ha dejado en nuestros adentros, y también en nuestra piel.

Sin embargo, decidimos no hacerlo, año tras año, subir el telón, representar la ficción de toda la vida. ¿Qué es toda la vida?

Cada Navidad obedecemos un imperativo al que alguien bautizó "volver a casa" y eso nos da calor, amparo y la ilusión de que todo podría permanecer igual. Pienso en esas personas que convierten la infancia en un deseo, un lugar paradisiaco. La infancia me ha aterrado siempre. No querría recuperar de ella un solo instante.

Esta Navidad soy, como siempre, otra. Cada una, cada uno de los secundarios de la obra única que es mi vida –¿qué nombro cuando digo vida?– son también otras gentes, distintas a las de la Navidad pasada. Debo mirar la ausencia, cada ausencia a la cara. También los huecos que han ido dejando en mí misma.

Después, borrar la absurda idea de que volver a la infancia podría ser un gesto deseable y aceptar que nunca volveré a casa. Si es que casa hubiera.

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