Posibilidad de un nido

Votar como la madre de Caperucita

Santiago Abascal (Vox) cierra la campaña electoral con un mitin en la plaza de Colón, en Madrid. / Juanjo Martín (EFE)
Santiago Abascal (Vox) cierra la campaña electoral con un mitin en la plaza de Colón, en Madrid. / Juanjo Martín (EFE)

La mayor parte del tiempo me olvido de que soy madre. Sencillamente soy. Ser madre debe de resultar agotador y por eso no pienso en ello. Pero no es lo mismo ser madre que no serlo. Yo, sin ir más lejos, si no tuviera hijos estaría muerta. Sin drama lo digo, mis familias lo saben. También podría estar lejísimos o haberme dado al opio, una nunca sabe, los caminos de la pulsión son inescrutables.

No es lo mismo ser madre que ejercer de madre, hacer de madre que trabajar de ello. Existen tantas formas de maternidad como madres madres hay. Lo de la maternidad es una vivencia íntima, histórica y orgánica. Jamás pensé que escribiría sobre este asunto, la verdad. Ni malas madres, ni buenas, ni mediopensionistas: mujeres con hijas, con hijos. (No se me pongan bravos los padres, que seguramente tienen lo suyo, pero yo no lo conozco). 

Esta semana, la directora de Público, Virginia Alonso, nos preguntó durante el debate electoral de este periódico si "había o no había partido" para las izquierdas. Y de pronto, sin haberlo pensado, declaré que había posibilidades de que hicieran un buen papel porque yo confío en las madres. ¡Toma! Vine a decir a continuación que las madres, incluidas las modorras, las ausentes, las conservadoras, las mariposeras, las intermitentes, nos ponemos en marcha cuando se trata de nuestras criaturas. Leona soy. 

Hablo poco de la maternidad porque no estoy atenta al asunto y también por pudor, pero está visto que ahí palpita, agazapada, dispuesta a sacar la cabeza cuando las cosas se ponen magras. Y vive dios que magras vienen. El PP gusta a las madres que gusta, que son muchas, siempre demasiadas a mi modo de ver. Sin embargo, el PP con VOX ya es otra cosa. Que no, que no me convencen a mí de que una madre vaya a votar a estas gentes. Al menos no así, en general y con la alegría con la que han votado toda la vida al PP. 

Incluso las madres que se declaran antifeministas y afirman sin pudor que la violencia machista no existe, incluso las que creen que los violadores andan sueltos por las calles –o más que nadie ellas–, saben que sí, que existe, que es habitual, que la conocen bien. Lo saben íntimamente, aunque no lo digan, han temblado todas ellas las primeras noches de fiesta de las hijas, mirando el reloj cada cinco minutos, aguzando el oído, apretando los dientes con cada sonido desde el ascensor.

Esas madres, también las conservadoras, sí, no soportan que un macho bravo de camisa abierta les cuelgue una lona que da miedo a sus crías, no mires, cariño, no mires arriba. No soportan, cómo van a hacerlo, al partido que lleva en sus listas y sentará en el Congreso al diputado Carlos Flores, que martirizó y ejerció violencia psicológica contra su mujer habitualmente. Habitualmente, insisto. Ellas saben de qué se trata, porque todas lo sabemos. Repasan los matrimonios de sus amigas, de las amigas de sus madres, de sus madres mismas, de sus familiares. Está en todas partes. Y quieren a estos hombres, a los machos de VOX, lejos de sus criaturas. 

El bosque está ahí, avisa la madre a Caperucita. En el bosque hay un lobo, le insiste a la niña. Cuidado con el lobo, no te acerques, no se te ocurra entrar en el bosque. Ay, los cuentos. Ay, lo que la madre narra. Ay, lo que todas sabemos. 

Toda madre sabe por experiencia (propia o de sus allegadas) que a una la vida se le puede torcer en violencias. En casa, en el curro o por la calle. No van a faltar bosques, y en cada uno el mal. Lo que no va a hacer es abrir la puerta de casa al lobo, invitarle a pasar, darle facilidades. En cuanto a mí, siento que mi maternidad me pide incluso más. No sé, algo así como salir a deslobar, que no quede ni uno, limpiar de bestias la espesura.

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