Posibilidad de un nido

El final de las agrediditas: todas somos agredidas

Protesta en apoyo de Jenni Hermoso en Sevilla tras el beso no consentido de Luis Rubiales. / Raúl Caro (EFE)
Protesta en apoyo de Jenni Hermoso en Sevilla tras el beso no consentido de Luis Rubiales. / Raúl Caro (EFE)

Qué pensarán de todo esto "las verdaderas víctimas" de la violencia machista, se preguntaba Luis Rubiales en su infame alegato público, ese documento que quedará para la galería de la historia de la misoginia. También hablaba de las "falsas feministas", pero a eso ya estamos acostumbradas, era dardo viejo. Las "verdaderas víctimas" tampoco resulta muy novedoso, pero sí lo está siendo la reacción de las mujeres. 

"Yo nunca había pensado que lo que me hicieron era importante", escribía una en su particular #SeAcabó, "pero si un pico ha provocado todo esto, he entendido que todo cuenta". En esa frase se resume la construcción que hasta ahora hemos manejado de lo que es una agresión machista. Una "verdadera" agresión machista. Ay.

En la ingente, inabarcable cantidad de relatos que voy leyendo desde aquel día, no aparece la narración de ningún asesinato, ningún feminicidio. Aparecen, sí, algunas violaciones por parte de varios hombres, lo que venimos a llamar agresiones en manada, pero son muy muy pocas. La inmensa mayoría de las mujeres narran agresiones sexuales en el trabajo, por parte de sus novios, en la familia, por la calle, en fiestas, en consultas médicas y colegios, tocamientos, masturbaciones impuestas, persecuciones, acosos.

Sin embargo, los medios de comunicación solo relatan los asesinatos, uno a uno. Resulta, por supuesto, imprescindible, pero ha acabado dibujando qué consideramos una "verdadera" agresión. Los asesinatos y algunas violaciones múltiples, grupales, habitualmente perpetradas por menores de edad contra niñas, porque es eso lo que nos resulta insoportable. Retratamos qué es insoportable y qué no. Qué merece ser contado, señalado, y qué no.

Cuando se señala lo insoportable, se retrata su contrario. Toda sociedad tiene la violencia que tolera. Esto ya lo he escrito. Si usted acaba la noche en un bar de copas y quien hay detrás de la barra es una criatura de diez años, no le pide un gintónic poco cargado, sino que lo saca de ahí y llama a la Policía. Si al cruzar un campo de cultivo, los trabajadores van atados con grilletes unos a otros, no piensa en lo buenos que estarán los tomates, sino que llama a la Policía. Lo mismo, aunque aquí me cabe alguna duda razonable, si en un anuncio de prostitución se ofrece una niña de doce. 

Insisto: toda sociedad alberga la violencia que tolera. Y la violencia contra las mujeres, habitual, constante, ubicua, está tolerada con esa soltura que conceden las tradiciones bárbaras

Pero de pronto, el beso de Rubiales contra Hermoso ha hecho añicos la idea de que hay agresiones de primera y de segunda, que hay agredidas y agrediditas. Sucedió con el #MeToo y con el #Cuéntalo. Se llama mecanismo de identificación. "Leer lo que cuentan otras ha despertado en mí recuerdos que estaban olvidados" es uno de los mensajes que se repite. Si la sociedad no ampara tu agresión, si no la contempla, la arrumbas en el rincón de los dolores inconfesables. El problema es que desde ahí, desde su escondite, va emponzoñando tus relaciones, tu sexualidad, tu confianza en ti misma, tu forma de ganarte la vida, tu vida entera

Los relatos de las mujeres unidas por el #SeAcabó están despertando a otras mujeres, que a su vez destaparán los recuerdos de otras, que a su vez... y así en un avance que empieza a llamar a las cosas por su nombre. Es cierto que leyes y teorías ya existían, pero de poco sirven si no nace la costumbre, si no cunde el ejemplo, si no aparece el relato que empieza a tejer una nueva memoria colectiva.

Me permito el diminutivo inspirada por el fabuloso Ofendiditos, de Lucía Lijtmaer. Empezamos a ver el final de las "agrediditas" para entender que toda agresión machista, por el simple hecho de existir, lo es. Ni mayor ni menor. Cada una es en sí misma una bomba de racimo contra una vida sana y plena, esa que fue posible y se pudrió por el dolor, el miedo, la soledad, el asco tras la agresión sufrida, sufrida y escondida tantas veces. "Es la primera vez que lo cuento", voy leyendo constantemente. 

Porque esa vida se pudrió, pero no definitivamente, y sé bien de lo que hablo. No, porque el hecho de narrarla, de reconocerte en otras, el sencillo ejercicio de ponerla en palabras, sana. Ahora, además, la agresión pública del infame Rubiales ha puesto en evidencia que no hace falta que te maten o que te violen los de los Sanfermines en manada para reconocer que has sido víctima de una agresión machista. Ni falsa ni verdadera: agredida, como todas.

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