Posibilidad de un nido

Mujeres, estamos haciendo una revolución

Decenas de personas durante una concentración contra la violencia machista convocada por el Foro de Madrid Contra la Violencia hacia las Mujeres, en la Puerta del Sol, a 25 de septiembre de 2023. -MATÍAS CHIOFALO / Europa Press
Decenas de personas durante una concentración contra la violencia machista convocada por el Foro de Madrid Contra la Violencia hacia las Mujeres, en la Puerta del Sol, a 25 de septiembre de 2023. -MATÍAS CHIOFALO / Europa Press

No es lo mismo decir "Violencia sexual" que "Mi abuelo me sentaba en sus rodillas y me metía la mano dentro de las braguitas desde que era muy pequeña hasta que tuve la regla". No es lo mismo decir "Violencia sexual" que "Mi marido me penetra analmente, aunque le pida que no y grite y me duela". No es lo mismo decir "Violencia machista" que "Mi padre golpeaba a mi madre cuando perdía su equipo de fútbol".


La diferencia entre ambas es la que media entre la abstracción y el relato. Se puede hablar de violencia sexual, por supuesto, pero hasta hace nada no sabíamos a qué nos referíamos con ese término, por la sencilla razón de que no estaban narradas. La violencia sexual contra las mujeres era una idea, un concepto, la certeza de una realidad. Pero toda realidad necesita su descripción. Desde la aparición del #MeToo, pasando por #Cuéntalo y ahora #Seacabó, las mujeres nos hemos lanzado por fin a contar las violencias que hemos sufrido y seguimos sufriendo, sobre todo la violencia sexual.

Esto es revolucionario: de no existir nada, nada que no estuviera inventado o "contado" por hombres, a la publicación de millones de relatos expuestos por las propias víctimas. Se trata de una revolución. Cualquier modificación en el relato de lo que somos, el relato global, es revolucionaria. Cuánto más ésta, que afecta a toda la población. A las mujeres, por supuesto, pero de igual manera a los hombres. De igual manera. Y es una revolución llevada a cabo por nosotras, una a una, cada una con su voz, sus daños, valiente, dolorida, decidida a cambiarlo todo, sabiendo que la voz de cada una es la voz de todas.

El relato común que surge de esta tremebunda acumulación conforma una nueva memoria colectiva. ¡Nueva! Una memoria colectiva que antes no existía. Nunca, en toda la historia de la humanidad, se había narrado abrumadora y pormenorizadamente la violencia sexual perpetrada por los hombres contra las mujeres. Ahí está la revolución. Y es innegable. Irrefutable.


Que resulte irrefutable es necesario. La abstracción, las teorías, incluso las leyes sobre violencia sexual son cuestionables, discutibles. La memoria colectiva de millones de mujeres, no, de ninguna manera. Nuestros relatos funcionan por acumulación, de ahí la importancia de las redes, de los hashtags, de la participación en dichos movimientos.

Deberíamos preguntarnos en este punto por qué algo tan sustancial como lo que estoy exponiendo no ha sido narrado por los medios de comunicación tradicionales. Por qué los medios, y también las instituciones, el mundo académico y los poderes públicos nos han hurtado (a nosotras) el relato de lo que sufrimos y (a ellos) el de esta violencia constante, omnipresente, universal, cotidiana. Preguntarnos por qué hemos tenido que recurrir a las redes sociales para construir esta memoria colectiva del horror. Porque convengamos que ni Twitter ni Instagram estaban precisamente diseñados para esto. Ah, pero nosotras hemos sido capaces de colonizar tales mecanismos, apropiarnos de sus herramientas, convertirlos en enormes medios de comunicación común.

Las mujeres estamos llevando a cabo una revolución histórica. En lugar de señalar a las mujeres que se narran, de insultarlas, de agredirles, tendrían todos que estar dándoles las gracias. Están construyendo otro futuro, y es mejor. Ay, de quien no quiera ver. Y ‘ay’ de quien no quiera escuchar.


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