Posibilidad de un nido

Grandes ventajas para los hombres

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El problema no es el feminismo, sino la masculinidad, el patriarcado. ¿Tan difícil resulta entenderlo? El feminismo es la solución. Se llama igualdad efectiva entre hombres y mujeres. Tener que volver a explicarlo todo de nuevo desde el principio resulta desalentador, frustrante, pero no seré yo quien me rinda. Porque toda la monserga de esta semana sobre los hombres y sus supuestos perjuicios o "pérdida de privilegios" se basa en la idea de que los avances en materia de igualdad les perjudican, y no al contrario. Porque la verdad es que sucede todo lo contrario: los avances son un paquete de grandes ventajas para los hombres.

El error, podrido error, y no inocente, llega cuando se parte de la base de que nosotras, las mujeres, representamos lo indeseable, el contratiempo, el obstáculo, la contrariedad, la enfermedad, en lugar del remedio, lo mejor, el premio, el lugar al que aspirar. Es decir, cuando se ignora que los avances del feminismo no son solamente buenos para las mujeres, sino que son buenos para todos y todas, para la sociedad entera, también para aquellos que ahora se sienten heridos.

De hecho, en la frase del CIS sobre que "el 44% de los hombres opina que la igualdad ha ido demasiado lejos y los discrimina" ni siquiera se habla de feminismo, sino de "igualdad", como si la igualdad pudiera ir "demasiado lejos" en algún caso. Pero es que, en el corazón de tal enunciado, late la idea de que la igualdad es mala para los hombres. Y más: que los avances del feminismo perjudican a los hombres. Niego la mayor. Absoluta y radicalmente.

El patriarcado y la imposición de la masculinidad han causado a los hombres un daño profundo, los ha hecho muchas veces tremendamente desgraciados. No solo resulta devastador para las mujeres, sino también para ellos. Para su idea de sí mismos como seres titánicos, sólidos, compactos, al margen de cualquier vulnerabilidad. Seres que manejan la violencia como forma de resolver conflictos, señores de las guerras, esa idea de conquista de territorios por la fuerza, esa pulsión de propiedad y muerte. Seres inquebrantables en su lucha por el éxito, un éxito que nada tiene que ver con el desarrollo de una más que deseable placidez interior o una vida serena, sino con la competitividad y la concepción de un existir hacia fuera y fingiendo lo que ni son ni tienen.

Tengo la sensación de que los hombres que han renunciado a esa imposición de masculinidad, a todo lo anterior, que los hay, pocos pero los hay, tienen una vida mucho mejor, más rica, plácida, y sobre todo con muchísimas menos exigencias inalcanzables sobre sí mismos, contra sí mismos. Son vulnerables, y lo admiten. Pero es que ya lo eran antes, sencillamente no se lo permitían. Qué agotamiento, qué frustración y qué mentira. Ay, la vulnerabilidad, qué importante, necesaria.

Hace poco, en una cena, un periodista al que admiro me preguntó: ¿Qué te llevó del periodismo al activismo? Como si fueran incompatibles, como si el empeño en construir una sociedad mejor estuviera reñido con el desempeño de una profesión. Me dieron ganas de responderle: tú, tú me has llevado. Que tú, que no sufres ninguno de los inconvenientes de ser mujer, puedas gozar de todas sus ventajas.

Tal parece que los hombres tienen tan interiorizada la idea de que son superiores a las mujeres, mejores en general, que desprecian la igualdad. Más que por la pérdida de privilegios, que también, sencillamente porque no quieren parecerse a nosotras. Quizás si se pararan a mirarnos, a leernos, escucharnos, estudiarnos, comprenderían lo que no entendía el periodista aquel: que nosotras gozamos de gran parte de las ventajas que el patriarcado les ha robado a ellos. Que nuestra lucha también les conviene, y mucho. De hacerlo, de mirarnos bien, puede que algunos se pusieran manos a la obra.

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