Posibilidad de un nido

La posibilidad de otros modelos de cuerpo deseable

La posibilidad de otros modelos de cuerpo deseable

Prácticamente a diario veo el cuerpo de dos muchachas sonrientes, luminosas, de ricas carnes a gran tamaño en la estación de Sol de Madrid, la de más tránsito de personas de España. Yo dejé de comer normal hacia los trece. Por ejemplo, había temporadas que comía un filete de jamón de york al día, o un tomate al día, o una porción de queso fresco al día. Cuando quería volver —¿volver a dónde, de dónde?—, empezaba con una naranja cortadita muy pequeña mezclada con un yogur en un plato hondo. Parecía un plato grande. En el colegio cualquiera que no estuviera delgada tendía a quedar relegada. Yo no saltaba a la cuerda ni jugaba a las gomas. En gimnasia, la profesora se mofaba de las que estaban, según su mirada, gordas. "El pelotón de las torpes".

A mí me elegían siempre para un juego que se llamaba churro va. El juego consistía en que se ensamblaban las niñas de un equipo a base de ponerse en fila, agacharse y meter la cabeza entre las piernas de la otra, por detrás. Ya, ahora parece otra cosa, pero no es lo que parece. Era una fila de crías encadenadas una detrás de otra y agarradas con fuerza, porque el objetivo era no caer, que no se rompiera esa formación. Las del equipo contrario cogían carrerilla e iban saltando de una en una sobre las anteriores. A mí siempre me elegían para saltar sobre ellas. Cuando yo caía resultaba muy difícil que la formación no se viniera abajo. No creo que estuviera gorda, pero no logro situar la certeza. Era enorme.

Después, cuando dejábamos ya de saltar a la cuerda, saltar sobre otras y saltar en general, que coincidía cuando algunas ya teníamos un buen par de tetas, se nos llenaba el mundo de imágenes de mujeres entre delgadas y esqueléticas. Esas eran las deseables. Deseable, su imagen para nosotras. Sus cuerpos, además, retrataban el modelo de lo que iba a ser deseado. Ah, el deseo. No nos cabía en la cabeza que un cuerpo diferente al modelo yonky resultara deseable. Y se trataba de eso, de qué era susceptible de despertar el deseo. Sólo queríamos ser delgadas; muy delgadas, al principio; después, flacas. Hacíamos verdaderas barbaridades. Como hacen ahora también, por supuesto. La diferencia es que entonces, en los ochenta, cuando yo tenía 12, 14, 16 años, no existía nada más. La fotografía de esas dos muchachas de formas orondas, en bikini y felices con sus cuerpos resultaba inimaginable. Sencillamente no era una posibilidad.

Ahora, cada vez que cojo el metro en Sol, que es muy a menudo, pienso en que mi vida habría sido otra de haber pasado frente a esos cuerpos de camino al colegio. La mía y la de millones de mujeres que crecimos a dieta sobre dieta y aún seguimos aguantando, año tras año, esa tristura llamada "operación bikini", que de verdad no sé cómo hemos aguantado tantos años, toda la vida, esas miserias. Y tampoco sé si podremos quitarnos de encima algún día todas las capas de culpa, castigo y daño que nos han ido pegando al cuerpo.

Por ahora, me basta con pensar que mi hija adolescente ve esos cuerpos luminosos a diario, que ve cómo una publicidad los usa como modelo deseable. No sé qué anuncian, y la verdad es que no pienso preocuparme en este punto de si se trata de algo bueno, sano o "sostenible". Mi hija, las niñas y las jóvenes que cogen el metro para ir a sus centros educativos o a darse un garbeo, los muchachos, ven los cuerpos grandes de esas mujeres y ven que son felices. Es un paso tan grande que hay días en que me detengo a mirarlas a modo de celebración.

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