Este año, no criticaré lo que dijo el Borbón en su mensaje navideño -como ligar la supuesta recuperación económica con la unidad de España-, sino lo que no dijo. Incluir todo lo relevante en el discurso de Navidad del rey es muy complicado; son muchos los asuntos que, al menos, deberían ser trazados, pero sobre los que al final ni siquiera se pasa por encima.
Dicho esto, el Borbón se dejó temas que deberían haber estado recogidos de manera imperativa: por un lado, las migraciones y los refugiados (incluso la corrupción) y, por otro, la violencia machista.
Que estos temas no se abordaran durante el discuro del rey fue chocante, más aún cuando el Borbón se permitió el lujo elocuente de dedicar unos minutos a las nuevas tecnologías.
Me centraré en el segundo de los asuntos, el de la violencia machista, tan amigo que es el monarca de hablar de compatriotas. La única mención velada que hizo fue "Y me gustaría insistir esta noche también en la necesidad de que cuidemos y mejoremos en todo momento nuestra convivencia. Y la convivencia exige siempre, y ante todo, respeto. Respeto y consideración a los demás, a los mayores, entre hombres y mujeres, en los colegios, en el ámbito laboral; respeto al entorno natural que compartimos y que nos sustenta". Eso fue todo.
En una España en la que, camino de cerrar el año, ya ha habido 44 víctimas mortales asesinadas (870 desde que se iniciaron las estadísticas en 2003) y sabiendo que esas estadísticas son incompletas, es imperdonable que el rey no tratara explícitamente el asunto, referiéndose además a él como "terrorismo machista". ¿Cómo aspiramos de veras a un pacto de Estado si el jefe del mismo ni siquiera es capaz de dedicar espacio a esta lacra?
En este sentido, el monarca no estuvo a la altura. Lo triste de todo, es que era de esperar. Ya su propio lenguaje no es inclusivo, dado que en el 99% de sus expresiones se deja fuera a una parte de la población, a las mujeres.
El discurso del rey pretendía ser optimista, hacer un llamamiento a sacudirse lo que él considera pesimismo y otros creemos miseria provocada por una élite de la que él mismo es cómplice. Pero esa llamada al optimismo no puede obviar un tema tan crítico como la violencia machista.
Del mismo modo que en los años de plomo su padre no olvidaba condenar a ETA, habría que hacer lo mismo con esos hombres -muchos más de los que creemos- que todavía no entienden que la cosificación de la mujer, su ninguneo o su humillación son absolutamente inadmisibles.
Entiendo que la propia monarquía es machista en sí misma y rebaja a la mujer; quizás por eso su cabeza visible es incapaz de abordar, no ya el terrorismo machista, sino la falta de equidad entre mujeres y hombres en todas las facetas de nuestra vida. Sin embargo, estamos más que acostumbrados a ver a dirigentes, tanto de la política como del mundo empresarial o, incluso, de la Iglesia, dar pomposos discursos de los que luego no dan ejemplo. Por eso mismo, la ausencia anoche de la violencia machista, sencillamente, es inadmisible.