La integridad debería ser una cualidad inherente a la de servidor público, al político o política en primera fila. Cuando se pierde -si es que alguna vez se tuvo- se termina apareciendo como volátil, con cierto aire de mercadeo de saldo, con un estándar moral más que cuestionable. De esta manera comienza Alberto Núñez Feijóo su presidencia en el PP, clavando de inicio la rodilla ante el empuje de Vox.
¿Cómo es posible pasar de calificar al partido de Santiago Abascal como "la ultraderecha de verdad" a decir ahora que "si lo que pretenden son descalificaciones del presidente del PP a otro partido político voy a intentar no caer en ese error"? Lo dijo ayer en Onda Cero, durante una entrevista con Alsina.
¿Qué ha pasado entre 2019 y el momento actual para que Feijóo ande con paños calientes a la hora de mirar de frente al fascismo? Pues nada bueno, porque desde que calificara de "ultraderecha de verdad" a Vox, este partido no ha hecho otra cosa que seguir ahondando en sus políticas machistas, xenófobas, criminalizando a menores, cargando, incluso, contra lo recogido en la Constitución.
Las palabras de Feijóo se parecen peligrosamente a las del decapitado políticamente Pablo Casado, cuando decía que "yo no digo que Vox es de no sé qué extrema no sé cual". Lo hace a menos de una semana de que en Castilla y León se consume un retroceso democrático de facto con la entrada en el gobierno de Vox. Preciso "de facto" y no "de iure" porque, a efectos jurídicos, Vox es un partido legal y, como tal, hay más de 200.000 personas que lo han votado. Sin embargo, el panorama que se avecina en esa región no es precisamente compatible con las libertades civiles.
En su fuero interno, Feijóo lo sabe, pero le da igual. Ha perdido por el camino su integridad, aquella que le llevaba a calificar a Vox como lo que es, yendo entonces en contra de lo que predicaba su líder. Y la ha vuelto a perder ahora, porque, asumido este giro, ¿por qué a estas alturas duda si acudir a la investidura de Mañueco en Castilla y León? Este cúmulo de incoherencias no presagia un liderazgo ni robusto ni mucho menos honesto.
Decía en 2019 Feijóo que "si el PP se achica, si el PP pierde base ideológica, si el PP se hace un partido más pequeño, evidentemente renunciamos a nuestras propias mayorías". Pues él acaba de volver a achicarlo con el propósito de volver a engullir al electorado de extremaderecha de Vox. Sin embargo, ¿alguien cree que esto le pasará factura a su electorado? Ya les avanzo que no, porque como he expuesto en infinidad de ocasiones en este espacio, los populares defienden la democracia mientras sirve a sus intereses y, con la integridad, sucede lo mismo.
Los de Génova pasan de ser una jauría contra Casado a calificarse de "gran familia", como durante el Congreso de Sevilla hizo Cuca Gamarra, cuya deslealtad con Casado se ha visto recompensada. Con partidos dentro de su misma órbita política, el PP no tiene ningún problema en pactar. Lo mismo le sucede a Vox que, a fin de cuentas, es su igual con ligeras mutaciones genéticas. Abascal ha pasado de calificar de Feijóo de "nacionalista gallego" a mostrar su disposición a clonar pactos tan peligrosos para la democracia como el fraguado en Castilla y León. El siguiente, presumiblemente, será el andaluz. Y Feijóo también lo sabe. Al tiempo.