Posos de anarquía

Ya es hora de una mujer en la Casa Blanca

Ya es hora de una mujer en la Casa Blanca
Kamala Harris se reinvindicó como una líder de primer orden en la Conferencia de Seguridad de Múnich. - Johannes Simon / EFE / EPA

El anuncio de Joe Biden de sus planes de reelección para las presidenciales de 2024 es decepcionante. Lo es por partida doble; primeramente, porque lanzar el globo sonda en pleno juicio a Donald Trump –y su repunte demoscópico-, pero apostillando que todavía no está en disposición de realizar un anuncio oficial le hace perder aún más fuerza. En segundo lugar, porque es hora de que una mujer como Kamala Harris esté al frente de la Casa Blanca; a fin de cuentas, prácticamente fue cómo se nos presentó en la anterior campaña.

Los reiterados lapsus de Biden y sus problemas de salud desaconsejan su candidatura a la reelección. Sin embargo, a principios de febrero, durante la reunión de invierno del Comité Nacional Demócrata, ya deslizó que volvería a presentarse. No parece buena idea porque, por un lado, transmite más imagen de fragilidad que de experiencia y, en segundo, porque da la sensación de que el Partido Demócrata no tiene cantera y, cuando la tiene, le corta el paso.

Este es el caso de Harris, que representa la diversidad y rompe con la caduca imagen de presidente hombre blanco. El propio Biden y otros posibles candidatos a las primarias demócratas como Bernie Sanders deberían entenderlo y echarse a un lado; incluso el alcalde neoyorquino Eric Adams, al que los rumores han situado en alguna ocasión como presidenciable, lo que daría lugar al segundo presidente negro de EEUU.

Prefiero mirar a otros perfiles como Harris o, quizás, a la ilusionante congresista de Nueva York Alexandria Ocasio-Cortez. ¿Se imaginan a ambas en Washington? Harris representa la experiencia tras una legislatura al frente de un Senado dividido y con tareas encomendadas muy complejas, con la inmigración ilegal al frente de éstas.

Precisamente su gestión de estos movimientos migratorios es uno de los nubarrones de su gestión y hace pensar si fue un regalo envenenado por parte de Biden. Lo fuera o no, una cosa es saber que se camina por terreno minado y otra ir saltando alegremente de boquete en boquete. En cierto modo, eso es lo que hizo Harris cuando viajó a Guatemala y México en junio de 2021 y lanzó aquel "no vengan". Aquel patinazo le sirvió para caer en las encuestas y que su propia compañera de partido Ocasio-Cortez  le afeara la actuación en Twitter calificándola de "decepcionante".

Más allá de este borrón, Harris ha sabido labrarse con discreción una buena imagen en el exterior, algo que cuando se gobierna una potencia mundial es esencial. Una encuesta del Pew Research Center apuntaba que cerca del 55% de las personas adultas en 18 países tenían confianza en ella, situándose al mismo nivel que el propio Biden, el francés Emmanuel Macron o el alemán Olaf Scholz.

Sin embargo y aunque su voz clara y contundente contra la deriva ultraconservadora antiabortista ha hecho que ascienda en los sondeos, aún se topa con fuego amigo, como el de la veterana senadora por Massachusetts Elizabeth Warren, que apuesta por Biden pero no tanto por Harris. ¿Realmente es viable que se produzca esa situación? Sin duda alguna, apear a la vicepresidenta, no ya de su candidatura como número uno, sino de la misma carrera a la vicepresidencia sería difícil de gestionar. Se ven movimientos al respecto, incluso con ciertos medios haciendo brillar más a su marido, Doug Emhoff, que a ella misma. Desde mi punto de vista, sería un error.

No es cuestión de dar paso a una mujer en la Casa Blanca, porque ella por sí sola es capaz de sortear a quienes le impiden ese paso al frente. Ya noqueó a su rival Mike Pence y a buen seguro haría lo mismo con Trump, Ron DeSantis, Ted Cruz o cualquiera que se imponga en las primarias republicanas.

Para cuando se celebren las elecciones en noviembre de 2024, Biden tendrá 82 años; Harris 60. No es un tema menor. Su vitalidad, su pasado como fiscal general y de distrito, su modo de tener los pies pegados a la vida real con esa perspectiva única que aporta haber avanzado siendo mujer y negra son valores que, al menos, merecen una oportunidad en Washington. La pregunta que flota en el ambiente y que surge, incluso, en el seno del Partido Demócrata es ¿está preparada la mentalidad estadounidense para tener una presidenta? Y, honestamente, creo que sí, rescatando niveles de entusiasmo –y por supuesto que de desprecio republicano- equiparables a los vividos en la primera campaña de Barack Obama con su "yes we can".

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