Posos de anarquía

Zapatero presidenciable

Zapatero presidenciable
El expresidente Zapatero durante un mitin en Sevilla. - ROCÍO RUZ  / Europa Press

Nunca des a Pedro Sánchez por muerto. Es una lección que no han aprendido muchos de sus adversarios, a pesar de que ya acumula múltiples desafíos de los que ha salido airoso. Alberto Núñez Feijóo ha sido el último ingenuo; se las prometía muy felices convencido de acabar con el sanchismo y éste le ha pasado por encima. La campaña electoral planteada por Pedro Sánchez ha tenido mucho que ver -pese a su deslucida actuación en el cara a cara-, y muy especialmente la incorporación de José Luis Rodríguez Zapatero, que se ha convertido en el revulsivo del proceso electoral.

Tuiteaba ayer cómo hay expresidentes que suman, incluso multiplican, como es el caso de Zapatero, y otros que ya no es que resten, es que dividen, como Felipe González. Sánchez es consciente de ello y de cómo buena parte del electorado progresista desdeña a González, convertido ya en una caricatura grotesca de lo que un día fue. Zapatero, en cambio, ha rejuvenecido. Tras unos años un tanto más gris en los que aún arrastraba el agotamiento de dos legislaturas, con un último periodo especialmente duro y de gestión más deficiente, el leonés ha vuelto amplificando todas sus virtudes.

Despojado del peso del poder, Zapatero ha sido decisivo en esta campaña electoral, hasta el punto de resucitar simpatías hibernadas y alumbrar otras nuevas. Podría decirse, incluso, que se ha presentado como presidenciable, aunque ésta no sea su intención y una parte decisiva de su éxito sea precisamente su salida de la primera línea de fuego. En cierto modo, la tranquilidad de acudir al frente protegido con el blindaje de no ser candidato le ha proporcionado una libertad, una soltura que se ha reflejado en cada uno de sus discursos, frescos, contundentes, cercanos, con una ironía fina que los hacía, incluso, simpáticos.

La reactivación del feudo andaluz se debe en gran medida a su actuación, pero no ha sido la única, porque Zapatero no sólo se ha batido el cobre en mítines, sino acudiendo a los medios de comunicación, incluso a los más hostiles. Memorable fue el día en la COPE, cuando el que un día llamaron bambi dejó a Carlos Herrera con un palmo de narices hablando de ETA. El expresidente ha explotado su talante, tendiendo puentes que otras habían destruido -y no me refiero a Yolanda Díaz-, arropando a la ya ministra en funciones de Igualdad Irene Montero.


Zapatero ha tenido un efecto multiplicador, algo que jamás ha conseguido Felipe González desde que fue apeado de La Moncloa. La diferencia entre ambos perfiles son más que evidentes, no sólo porque el segundo hace demasiado tiempo que abandonó sus posiciones de izquierdas, sino por su afán de protagonismo, sus ansias por sentar cátedra y su arrogancia de creerse siempre en poder de la verdad. Y por encima de todo ello, porque mientras Zapatero dio un paso al frente por su lealtad e integridad, González vive en un continuo estado de traición al PSOE.

Hace demasiado tiempo que la prensa debiera haber dejado de prestar sus micrófonos a González, sumido ya en la más absoluta irrelevancia y que pareciera que adopta posiciones más cercanas a Aznar con el único afán de seguir en el candelero y arañar unos cuantos euros. El sevillano fue lo que fue y representa para la democracia una figura de indudable peso, pero ya no. Ahora es tóxico para la izquierda en general y para el PSOE en particular. Todo lo contrario que Zapatero, convertido ahora en un símbolo, un referente para jóvenes que ni siquiera vivieron en primera persona su legislatura de conquistas sociales. Y sigue con hambre de conquistas, aunque no quiera ser él quien clave la pica.

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