Las encuestas volvieron a equivocarse estrepitosamente. El histriónico Javier Milei (La Libertad Avanza) quedó muy lejos de ganar las elecciones en Argentina. El actual ministro de Economía Sergio Massa (Unión por la Patria) se ha impuesto por más de seis puntos de diferencia. El rugido del león Milei queda en maullido. Habrá segunda vuelta el próximo 19 de noviembre y el candidato peronista no las tiene todas consigo. ¿Qué hará la derecha tradicional, cuya representante Patricia Bullrich (Juntos por el Cambio) ha sido la gran derrotada?
La participación se situó en el 77,7%, dato que choca con España donde en democracia siempre hemos rondado más el 30% de abstención, sin que jamás hayamos conseguido alcanzar una participación del 80%. Como suele suceder en otros países, el interior se inclinó por la opción más ultraconservadora, mientras que la franja costera volvió a apostar por la izquierda. Buenos Aires fue el gran revulsivo donde el gobernador Axel Kicillof (Unión por la Patria) sacó más de 18 puntos a Juntos por el Cambio. Carolina Píparo, la candidata de Milei, quedó desactivada con 24,6% de los votos frente al 44,8% de Kicillof.
Argentina ha salvado el primer asalto, escapando de los delirios de Milei cuyas políticas representadas por una motosierra vulnerarían derechos fundamentales, sumirían al país en un caos y podría darle una estocada de muerte. El problema es que Argentina lleva subida en la agonía desde hace décadas, haciendo gala de una resiliencia fuera de la común, pero que no por ello no deja de producir un desgaste lacerante. Ese es, de hecho, el mayor hándicap de Massa, pues precisamente su responsabilidad, la Economía, es la que hace insostenible el día a día de muchas familias que se enfrenta a una inflación del 140%.
Las recetas de su rival, el autodenominado como ‘anarcoliberal’, no son el mejor remedio para salir de la situación. En primer lugar, por inconsistentes, y en segundo porque abocarían a Argentina a una mayor desigualdad, dirigiéndola a la quiebra. La derecha más tradicional decidirá el destino del país, debatiéndose entre el peronismo que aborrece o un candidato desequilibrado, cuyas locuras impredecibles pueden llevarse a demasiadas personas por delante, incluidas algunas de las que viven acomodadas en la actual coyuntura.
La victoria de Massa en esta primera vuelta es agridulce; celebra porque el país ha frenado en seco a Milei en esa primera vuelta, pero cometería un error de bulto si automáticamente tradujera ese resultado en que la Argentina le apoya. Massa es un mal menor, pero la sociedad argentina reclama un cambio en las políticas nacionales que consigan sacar al país de esa asfixia constante. Ese debiera ser el hilo conductor de Massa en su narrativa de aquí al próximo 19 de noviembre.
La clave de esa segunda vuelta se encuentra en el electorado de la derecha tradicional. Por este motivo es tan importante que Massa, lejos de regodearse en su victoria, anticipe que quiere cambiar el rumbo. Si el votante de Juntos por el Cambio no percibe cierto escarmiento del peronista por haberle visto las orejas al lobo –o al león-, es muy probable que ceda su papeleta a Milei, cuya relación con la dictadura de Videla debería ser motivo suficiente para apearlo de la carrera presidencial.
Argentina puede ser ejemplo de país que no da alas a personajes tarados fraguados en programas de televisión que los usan para subir audiencias. Ese es Milei, una caricatura de serie B cuya delirante puesta en escena oculta la sinrazón de su programa, quizás acertado en poner nombre al descontento generalizado de la población, pero cuyos remedios guardan una distancia insalvable con la realidad condenando a Argentina a un futuro muy negro.