Terminado el segundo de los debates, se han cumplido las previsiones: anoche, fuimos millones de personas las que sentimos vergüenza ajena ante el patio de colegio en que, especialmente Pablo Casado (PP) y Albert Rivera (Cs), convirtieron el plató de televisión. Mentiras, gritos, interrupciones constantes y promesas imposibles de cumplir fueron los ingredientes que nos trajeron unos candidatos empachados de sí mismos.
Albert Rivera fue, de largo, el que mayor indigestión de sí mismo mostró. Sencillamente, se le subieron a la cabeza las valoraciones del primer debate, esas que apuntaban que ganaba a los puntos a Casado. Error. A quien tiene que ganar a los puntos es a Pedro Sánchez (PSOE), que es quin está recuperando al electorado que cuatro años atrás quiso dar una oportunidad a Ciudadanos. Ni siquiera consiguió arañar la coraza del socialista, en ninguno de los debates, porque el argumentario de Rivera se levanta sobre la cuestión catalana, que igual le sirve para hablar de Sanidad, de Educación o de pensiones... y la ciudadanía no es tonta.
Cosa bien distinta es que el grueso de la ciudadanía no sigue al detalle la campaña. Casado lo sabe y por eso salpica su discurso de datos que parecen darle empaque... si no fuera porque buena parte de ellos son mentira o están manipulados. El popular sabe que la audiencia no se molestará en revisar su veracidad y, muy probablemente, tampoco irán al día siguiente (por hoy) a revisar las comprobaciones que realice la prensa.
Sánchez, por su parte, entró algo más al trapo, saltando de vez en cuando al barro y cerrando con un minuto de oro clonado del día anterior. La diferencia respecto a sus rivales de la derecha es que mantuvo el tipo, el perfil instucional con el que se presentó el lunes. No desveló grandes detalles, más allá de una reforma constitucional para abordar cuestiones como las pensiones.
Pablo Iglesias (Unidas Podemos) volvió a ejercer de mediador, recordando cada dos por tres el bochorno que estaba provocando el resto de candidatos a la audiencia. Más allá de que gusten o no sus medidas, lo cierto es que propuso cambios, sin regalar el oro y el moro como Casado, capaz de regalar cheques de 1.200 euros por natalidad, bajar los impuestos, destinar más dinero a becas, subir las pensiones y articular un Plan Marshall para África. Habría que ser muy ingenu@ para creer algo así.
Sin lugar a dudas, el peor valorado del debate fue Rivera, que ve una vez más, a pocos días de las elecciones, vuelve a cometer un patinazo que le costará muchos votos. El nerviosismo, ese comportamiento frenético, con interrupciones compulsivas e impertinentes que ni siquiera aportaban información útil le pasará factura. Por si no fuera poco, sus ataques directos y continuos al PP no hicieron más que fortalecer al PSOE. Error de novato, aunque en el IBEX estén satisfechos porque Cs ha cumplido el papel que tenía que cumplir: servir de red a la caída del PP de Rajoy; de nuevo en el trapecio con Casado, Cs ya es un mero daño colateral.
El ganador de los dos debates es el pacto PSOE-Unidas Podemos. No está del todo claro si Iglesias ha sido capaz de parar la sangría de votos que podría sufrir su formación hacia el PSOE, pero lo que no cabe duda es que la ciudadanía percibió que entre ambos partidos están más que sentadas las bases para confiarles el país. Visto lo visto ayer, ¿qué inconsciente confiaría España a un Gobierno de PP-Cs cuyos líderes ni siquiera son capaces de mantener un debate sosegado? Y no parece que su tercer socio, Vox, sea precisamente el que vaya a poner dosis de cordura; más bien al contrario.
Nota al margen: cuestiones como la política exterior, la cultura o el medioambiente vuelven a marginarse de los debates, a pesar de la importancia crucial que tienen en nuestro día a día. Lástima, porque también lo acostumbran a olvidar los candidatos en sus campañas.