Punto de Fisión

El ocaso de las inocentadas

Últimamente las inocentadas ya no son lo que eran. Debe de ser porque, desde que Mariano está en La Moncloa, todos los días son 28 de diciembre. Los españoles andamos mosqueados por las calles, entramos en los bares y abrimos las puertas como si esperasemos un tartazo en la cara. Leemos el periódico esperando encontrarnos con otra noticia de un aeropuerto construido para que aterricen las palomas, una medalla al mérito militar concedida a la Virgen María, un banquero calvo que se depila las ingles a las dos de la mañana o unos inmigrantes que se ahogaban solos mientras los guardias intentaban ayudarlos lanzándoles pelotas de goma. Tener a Mariano de presidente es como tener un muñequito enorme pegado perpetuamente a la espalda.

El bobo e inofensivo género periodístico de la inocentada ha entrado en decadencia porque no puede competir con el B.O.E. Incluso en el fútbol, terreno propicio a la credulidad y a las cáscaras de plátano, la realidad se impone a la fantasía: nadie podía creer que mi tocayo Torres, el Niño, viniese de regreso al Atlético de sus amores como un bumerán británico. La primicia no saltó el 28 porque hasta Cerezo podía haberse atragantado de la risa. Aun así, intentaron exprimir la inocentada al máximo asegurando que el delantero en horas bajas iba a estrenarse en Socuéllamos con el filial del Atlético. Eso era rizar en exceso el rizo, sobre todo teniendo en cuenta que en Socuéllamos acaba de inaugurar Cospedal una torre de cuatro millones de euros para promocionar los vinos de la tierra mientras va dejando los hospitales de Castilla-La Mancha convertidos en ambulatorios tercermundistas.

En Andalucía el muñequito se lo ha colgado Susana Díaz a los profesores de enseñanza pública, que a estas alturas todavía no han cobrado el sueldo de diciembre ni la paga extra de Navidad. Los de matemáticas se han encontrado haciendo virguerías aritméticas para llegar a fin de mes y los de historia recordando los viejos tiempos del señorito andaluz, que era también muy aficionado a estos bromazos. En cuanto a los de literatura, han encontrado en sus propias carnes un ejemplo perfecto para explicar aquella obra maestra de Delibes, Los santos inocentes, que también inspiró una de las mejores películas del cine español. A Paco el Bajo (que ya llevará por siempre la cara de pasmo helado de Alfredo Landa) le bastaba con hacer la O con un canuto mordiéndose la lengua para que el señorito fardara ante sus amistades. Una de las muchas maravillas de la novela -que Camus mantuvo prácticamente intacta en la película- es la indeterminación espacial y temporal: está ambientada en Extremadura, pero la finca podría ubicarse en cualquier lugar del campo andaluz, o incluso de Murcia o de Castilla. Parece la España eterna y miserable de la posguerra, pero eso es porque aquí la posguerra, parafraseando un verso admirable de Alvaro Muñoz Robledano, no se termina nunca.

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