Punto de Fisión

Vivan las cadenas

En Madrid el terremoto político prometido para las próximas elecciones municipales y autonómicas va a quedarse en estornudo. En una milagrosa encuesta publicada simbólicamente el Domingo de Resurrección, se profetiza que Esperanza Aguirre saldrá de entre los muertos como la enésima temporada de The Walking Dead. Poco importan sus promesas de abandono de la política, sus carreras automovilísticas por la Gran Vía y el fichaje, amestramiento y amamantamiento de criminales en las arcas públicas de la Comunidad. Borges decía algo sobre Oscar Wilde que, increíblemente, también se puede aplicar a esta señora: hay una virtud sin la cual las demás no valen nada y esa virtud es el encanto. Es como si Madrid, dormido cual Blancanieves, hubiese caído en un hechizo maligno desde hace ya casi un cuarto de siglo.

A pesar de que, según esta encuesta de Sigma Dos, el PP perdería la mayoría absoluta y alrededor de 28 diputados, seguiría siendo la fuerza más votada, 12 puntos por delante del PSOE y 13 por delante de Podemos. En Madrid, rompeolas de todas las Españas, más vale lo malo conocido que cualquier otra cosa por conocer. Esta lamentable exhibición estadística demuestra que, como nos temíamos, el madrileño no sólo es el único pueblo del mundo capaz de tropezar siete veces con la misma piedra, sino incluso de comérsela y pedir luego dos piedras más.

En efecto, Aguirre prometió que abandonaría la política por razones de salud, pero al final ha preferido abandonar la salud por razones de política (la salud de los madrileños, se entiende, que va a estar otros cuatro años bajo la amenaza de la extinción). Para ella el poder es al mismo tiempo un afrodisíaco y un chute de quimioterapia directo en vena. Pero a los madrileños les gusta el riesgo y por eso siguen votando en masa a esta gente que conduce como el Torete y gobierna como conduce. Lo que ya resulta más inexplicable es la probable victoria de Cristina Cifuentes, otro peligro público motorizado que, en su papel de dominatrix rubia, lanzó a legiones de antidisturbios contra el pueblo de los madrileños en una versión sadomaso de la Carga de los Mamelucos.

Por otra parte, no sería la primera vez que el pueblo madrileño lame la mano que le azota: de alzarse ambas top-models con la victoria, se reproduciría de nuevo la entrada triunfal de Fernando VII, aquel botarate cenizo y borbón, al grito de "¡Vivan las cadenas!", cuando el gentío desenganchó los caballos de su carroza y se puso a tirar de ella estilo costalero. Considerado el peor dirigente de nuestra historia, al menos hasta el siglo XX, este monarca prognato y baboso (al que Goya eternizó en óleo como el mamón fláccido que fue) gozó de un cariño popular inédito entre los madrileños, que ignoraban cuán servil y rastrero se había mostrado con su amo Bonaparte. Los españoles en general, y no digamos los madrileños, somos muchos de ignorar. Absolutismo sin mezclas ni aditamentos, todo para el pueblo pero sin el pueblo, la única ideología conocida del PP, el despotismo ilustrado, salvo por la Ilustración, que en este país ni está ni se la espera. Al final, la fragmentación de los grandes partidos hegemónicos va a acabar imantándose, como nos temíamos, en dos grandes bloques simétricos: Podemos con el PSOE, Ciutadans con el PP. Ya advirtió Lampedusa que todo cambia para que todo siga igual.

 

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