Punto de Fisión

El profesor porno

Todos teníamos nuestros mitos, pero qué no hubiera dado yo en mis tiempos de estudiante por tener un profesor que a la vez fuese actor porno. La época no lo permitía, también es verdad, porque en vez de Pornhub y Xvideos teníamos que conformarnos con el Lib y el Interviú, que era una revista cuyas páginas centrales tendían a quedarse pegadas mientras que los reportajes y relatos -bastante buenos, a veces venía alguno firmado por Umbral- no los leía casi nadie. El Interviú es lo más cerca que hemos estado en España de aparear la alta literatura con la pornografía, un audaz experimento que llevó a cabo Hugh Hefner y que dio de comer a Hemingway, a Durrell, a Bradbury, a Moravia, a Cheever, a Nabokov y también a escritoras como Nadine Gordimer o Joyce Carol Oates. Incluso Borges llegó a publicar en Playboy, lo cual parece sacado de un relato de Borges: "¿Viste, viejo? ¿Esta sueca debe de ser vikinga, no?" "Este, sí". Mi sueño como escritor era publicar algo en Playbloy o por lo menos en Interviú, pero al final tuve que conformarme con Telva.

En mi época de estudiante, la sequía de imágenes lascivas resultaba tan pertinaz que cualquier rendija entreabierta en el sistema nos desbocaba las hormonas: una película en Sesión de tarde, la carátula de un disco de rock, una secretaria cruzando los muslos en el Un, dos, tres, el escaparate de una mercería. Había anuncios de pantys Marie Claire más provocativos que un videoclip de Maddona. La revolución sexual llegó a España con dos décadas de retraso y, cuando se instaló, la clausuró de golpe el veto del SIDA. Recuerdo que no descubrí realmente lo que era la libertad sexual de los sesenta hasta un día indeterminado, a finales de los setenta, cuando mi hermano Dani, que apenas tendría ocho años, vio una ondulante melena rubia y unos vaqueros enseñoreándose de toda la acera, soltó en voz alta "¡tía buena!", y se volvió a regañarle un señor con bigote.

Un profesor sexagenario de Ingeniería Química de la Universidad de Manchester, ha tenido que dimitir después de que un alumno suyo descubriera que se trataba de "Old Nick", una estrella del porno por internet. Es una vergüenza lo bajo que ha caído el oficio de estudiante: en mis tiempos a un tipo así le habríamos levantado un monumento o por lo menos le habríamos pedido autógrafos. "El día que lo descubrí estaba haciendo mi ritual como todas las tardes (viendo películas pornográficas) cuando me topé con unas imágenes extrañas". Aparte de chivato, de envidioso y de indiscreto, el chaval no ha comprendido todavía lo inclemente que está el mercado laboral cuando uno de sus profesores tenía que recurrir al pluriempleo.

Lo más triste de todo es que el Viejo Nick había dejado el porno en enero, porque a sus años ya le resultaba bastante duro. Dicho sea sin segundas. Walter White, su alter ego en la ficción, no apuntaba tan alto y se conformaba con redondear el sueldo trabajando en una gasolinera. En el episodio piloto de Breaking Bad se veía a algunos de sus alumnos montados en un cochazo y riéndose de un profesor al que no le llegaba la paga a fin de mes. Al Viejo Nick, entre unas cosas y otras, no le va a quedar otra salida que la metanfetamina.

 

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