Punto de Fisión

Almeida hace cumbre

La gran noticia de la Cumbre del Clima es que Martínez Almeida se ha puesto chándal. Pero no un chándal cualquiera, no, sino un chándal demediado, es decir, estampado a medias con publicidad de una marcha a favor del ecologismo y a medias con propaganda de Iberdrola. Lo cual resulta conciliador y salomónico, como el pacto germano-soviético de 1939, un marcapáginas con forma de Bertín Osborne o una manifestación feminista encabezada por La Manada. Ahí se ve que Almeida es un hombre con el corazón partío, como dice Alejandro Sanz, un hombre al que si le preguntasen si salvaría el Amazonas o Notre Dame, tiraría por la calle de en medio y usaría los árboles menos machacados por los incendios para reconstruir la cúpula a base de madera quemada.

Poco a poco, gracias al calentamiento global, Almeida está pasando por las diversas metamorfosis de la célebre trilogía de Italo Calvino. Primero ha sido El vizconde demediado, porque al adquirir la vara de alcalde no estaba seguro de si arrasar con el plan de Madrid Central para reducir los índices contaminantes o hacerle una estatua a Manuela Carmena en la Gran Vía. Igual que al vizconde de Calvino una bala de cañón lo partía en dos -una mitad buena, otra mala-, Almeida está dividido en las dos mitades del chándal. La mitad mala le susurra que hay que forrarse los bolsillos aunque al planeta le den por culo mientras la mitad buena le susurra que por lo menos finja un poco y haga como que le gustan los gorriones.

Almeida hace cumbre

Después se ha subido a un árbol, siguiendo el ejemplo de El barón rampante, porque está feo que a un alcalde en cuya ciudad se celebra una cumbre sobre el cambio climático parezca el Leatherface de La matanza de Texas, talando bosques a manta con una motosierra. Entre las emisiones contaminantes de Iberdrola y el plan contra la contaminación de Carmena, Almeida no sabe, no contesta. También el escudo de la capital representa a un varón rampante, concretamente a un oso, que lleva siglos en disputa con un madroño, y cuya lucha mitológica Almeida parece a punto de decantar del lado del oso, en cuanto se le pase la fase madroño. Hombre de muchas luces, ha puesto la capital a refulgir con las luces navideñas para que la gente de Vigo tenga que ponerse gafas de sol al mirarla e incluso los astronautas de la estación espacial Mir como se descuiden. De momento, se encuentra a dos contradicciones de protagonizar la tercera parte de la trilogía, El caballero inexistente, que narra las aventuras de una armadura hueca en los tiempos de Carlomagno.

Quien ha soltado su cuarto a espadas, sin venir a cuento y sin que nadie se lo pida, ha sido Iván Espinosa de los Monteros, que asegura que lo del cambio climático no es más que un alarmismo exagerado que pone en peligro miles de puestos de trabajo. En concreto, los de los inmigrantes que iban a recoger las cosechas jodidas por la sequía, las tormentas intempestivas y otros efectos secundarios del cambio climático. Espinosa de los Monteros es el Jimmy Jump de la política española, que salta en mitad del partido en pelotas se hable de lo que se hable -el aborto, el clima, el feminismo, la unidad nacional- sólo para distraer al personal enseñando bien el culo y la barba. Lo último que ha enseñado ha sido su memoria de pez, al afirmar que lo de sus chanchullos inmobiliarios son asuntos personales que no pasaron hace 18 años. O sea, cosas que no sucedieron y que no volverán a suceder. Más o menos como el cambio climático.

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