Punto de Fisión

Pablo Casado que no es poco

Pablo Casado que no es poco
El presidente del PP, Pablo Casado, visita la fábrica de embutidos y secadero Don Ibérico, en la localidad de Guijuelo. EFE/J.M.GARCÍA

No es fácil descifrar la estrategia de la campaña de Pablo Casado en las elecciones de Castilla y León, si es que la hubiera o hubiese. Por momentos da la impresión de que estuviera mimetizándose con su lecho electoral, apelando a una infancia rústica y labriega que no parece muy compatible con la carrera universitaria de su madre ni con la clínica oftalmológica de su padre. Ambos progenitores deben de estar muy orgullosos al ver cómo su vástago va renunciando uno a uno a sus recuerdos de niño bien y a sus privilegios académicos para presumir de boina y de botijo, vestirse la zamarra y echarse directamente al monte.

Por la cantidad de fotos disfrazado de pastor, agricultor, vendimiador y otros fascinantes modelos rurales, da la impresión de que Casado ha desperdiciado sus años en la universidad y sus ausencias en Aravaca más aún de lo que pensábamos. En vez de licenciarse en Derecho y sacarse un máster por correo, podía haberse doctorado en Tractores y Azadones prácticamente con el mismo esfuerzo y los mismos resultados. A finales de enero llamó borrachos a buena parte de los votantes de los pueblos de León al comentar que no hacía mucho tiempo que los aldeanos de la zona tenían que beber vino porque no había agua potable disponible. "Muchos de mis compañeros, que peinan canas, lo siguen haciendo", añadió, en una misteriosa referencia que seguramente iba por Aznar. Ya se sabe que la querencia natural del PP por el alcohol va desde el Museo al Vino de Socuéllamos erigido por Cospedal hasta las carreras de autos locos porrón en mano. Hay discursos de Casado que parece que los hubiera escrito con una botella de Anís del Mono y otros que parecen escritos por el mono en persona.

Así, a medida que avanza la gira por provincias, Casado va fabricándose un pasado alternativo hecho de madrugones y sopas de ajo, de pellizas y cagajones de vaca, una niñez de ficción en la que la España vaciada se va vaciando más y más a cada nuevo acto de campaña. La idea, se supone, es llegar hasta los últimos eremitas perdidos en la montaña leonesa, como el Numa en las novelas de Juan Benet o como esos soldados japoneses que seguían peleando solos en la selva muchos años después de que hubiese acabado la guerra. En los discursos guerracivilistas de Casado, donde se mezclan la ETA y las gachas, los torreznos y Caracas, se ve de lejos a Toshiro Mifune y a Lee Marvin pegándose de hostias en una isla remota del Pacífico pero repatriados a la meseta, transformados en los avatares hispánicos de los Mondongos y los Bellotos: Andrés Pajares y Fernando Esteso liándose a escopetazos por las lindes de un pozo.

En su progresión imparable hacia el terruño y el locus amoenus cualquier día Casado va a salir de espantapájaros en una rueda de prensa, sosteniendo una rama de alcornoque en cada mano y vestido de tronco con un agujero en lugar de ombligo, llamando a la marmota Phil para que anuncie el buen tiempo. De ahí su defensa a ultranza de la remolacha, su amor por la remolacha, su pasión repentina por la remolacha, una verdura con la que Casado está emulando a aquel cordial paleto de Amanece que no es poco que se pasaba las tardes de palique con una calabaza. Cuando vaya a Bruselas, seguro que vuelve con dos kilos de coles en la cartera. Para quienes creen que el PP es un partido de señoritos y terratenientes, Casado nos recuerda que lo más entrañable de un pueblo es el tonto.

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