Punto de Fisión

El 'reality' sanitario de Kiko Rivera

Kiko Rivera en la presentación de la película 'Torrente 4'. E.P./Eduardo Parra
Kiko Rivera en la presentación de la película 'Torrente 4'. E.P./Eduardo Parra

Un ictus es algo lo bastante grave como para que hasta Kiko Rivera se lo tome en serio. Al salir del hospital Virgen del Rocío, en Sevilla, envió un mensaje a sus seguidores en el que daba las gracias por las muestras de cariño e intentaba bromear diciendo que su vida ya no sería la misma, que había vuelto a nacer y le tocaba la misma cara de siempre. Lo de "volver a nacer" es una metáfora muy empleada por los pacientes que han sufrido un infarto, un ictus, una angina de pecho o cualquier clase de seísmo fisiológico repentino y pueden contarlo. Confucio lo expresó muy bien cuando escribió que todos tenemos dos vidas: la segunda empieza cuando nos damos cuenta que sólo nos queda una.

Resulta complicado, sin embargo, que Kiko Rivera estrene una biografía nueva. No sólo por las casi cuatro décadas que lleva siendo Kiko Rivera sino porque desde el momento en que vino al mundo jamás ha mostrado el menor deseo de escapar de su destino de niño burbuja: una maqueta del príncipe Gautama en su infancia palaciega, antes de salir a la calle, descubrir la enfermedad y la vejez y convertirse en Buda. Al artista anteriormente conocido por el nombre de "Paquirrín", la iluminación le ha llegado por vía directa, puesto que nadie escarmienta en cabeza ajena, pero son ya muchos años viviendo del cuento, de la fama grotesca y de los apellidos.

Hijo de un torero y una tonadillera que por aquel entonces, a mediados de los ochenta, formaban la pareja más célebre del momento, Kiko Rivera nació en las revistas del corazón y nunca ha vuelto a salir de ellas. Esa existencia de pijus magnificus, de niño bien a la enésima potencia, lo catapultó a una fama absurda, desmesurada e inmerecida, gracias a la que deambuló entre novias de quita y pon y charcas televisivas. Sin necesidad de actuar ni siquiera un poquito, hizo una parodia de sí mismo en la cuarta entrega de Torrente y después se lanzó a una carrera discográfica aprovechando que el autotune puede hacer cantar a un cocodrilo. Anda que no es triste vivir en un país donde la mayoría de la gente no sabe quiénes son Mayte Martín, Kepa Junkera o Max Sunyer pero sabe quién es Kiko Rivera.

Según diversas informaciones, Kiko Rivera acudió primero a un hospital privado en el que trabaja una hermana de su mujer y desde allí (al parecer no contaban con los medios necesarios) lo derivaron al Virgen del Rocío. Es toda una lección de economía, de ética y de política el hecho de que hace justo una semana la Agencia Tributaria le conminara a presentarse para cumplir una deuda con Hacienda y que unos días después sea la Sanidad pública, financiada con el dinero de los impuestos, la que le salve la vida después de que la privada se lave las manos. La realidad siempre supera a la ficción, no digamos ya a la ficción televisiva. Entre todos los carnavales catódicos por los que ha desfilado Kiko Rivera, incluyendo especialmente esa cochambre denominada Supervivientes, este improvisado reality sanitario es el único que merece la pena.


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