Punto de Fisión

El mundo como comunidad de vecinos

Imagen combinada de Volodymyr Zelensky y Vladimir Putin. -EFE / REUTERS
Imagen combinada de Volodymyr Zelensky y Vladimir Putin. -EFE / REUTERS

Antes empezábamos cada Año Nuevo con ilusión, ahora con inquietud, y más que inquietos, acojonados. Desde que el decenio se estrenó con una pandemia de alcance mundial a la que siguió una guerra en un extremo de Europa, no levantamos cabeza. Los felices años veinte del recién estrenado milenio no tienen nada que ver con los del pasado siglo, bañados de champán y charlestón, sino que más bien parecen una prefiguración de los cuatro jinetes del Apocalipsis, con la Peste y la Guerra de emisarios antes de la llegada del Hambre y de la Muerte. Nos asomamos a cada nuevo año con el mismo temor del pobre tipo que va a robar peras en un huerto y espera que no le partan los dientes de un garrotazo.

Decían que íbamos a salir mejores de la pandemia del coronavirus y lo que ha salido, mayormente, es un montón de expertos antivacunas que ni siquiera tienen el graduado escolar, mientras que la invasión de Ucrania ha dado pie a una avalancha de catedráticos en política internacional. Por un lado están los alabarderos de Putin, un déspota sanguinario que, entre otras muchas barbaridades, eliminó la competencia a base de polonio y redujo Chechenia a escombros; por el otro lado, los mamporreros de Zelenski, un payaso elevado al rango de héroe que se ha cargado a la oposición a base de decretos y que no es más que un títere de la OTAN.

Es muy complicado, por no decir ingenuo, intentar abrirse paso en la maraña de los conflictos internacionales a través de los tebeos de los telediarios y los ridículos análisis de unos tertulianos que un día te explican la dinámica de los volcanes y al día siguiente la psicología de un asesino en serie. Mucho más productivo sería utilizar un microscopio y comprender que las relaciones humanas funcionan también a pequeña escala, que el laberinto entero del mundo puede contemplarse en un fragmento del mundo del mismo modo que toda la complejidad de un océano está presente en el diminuto salvajismo que agita un vaso de agua.

Una vez escribí una novela -titulada precisamente Punto de fisión- donde, entre otras cosas, un aprendiz de novelista intentaba resumir la historia de Occidente a través de los enfrentamientos domésticos habituales en una pequeña comunidad de vecinos. Las peleas de unos y otros, las alianzas establecidas en los rellanos, iban repitiendo en miniatura los vaivenes de las Cruzadas y las campañas napoleónicas. Una señora se apellidaba Roma y otro señor, con el que se llevaba a matar, Cartago. No sé quién dijo eso de que se podía demostrar la inexistencia del alma humana simplemente asistiendo a una reunión de una comunidad de vecinos, pero olvidaba que el alma humana también incluye la avaricia, el rencor, el egoísmo y la estupidez.

Hace unos días el portero del edificio donde vivo se jubiló y entonces tuve que acudir a la reunión de propietarios convocada con el fin de reemplazarlo. No iba a una desde hacía por lo menos una década y en seguida recordé por qué. Siete pisos con ocho puertas cada uno, más unos cuantos locales a la calle, dan para acumular una buena pila de miserias, aunque tampoco estaba preparado para escuchar la catarata de insultos y exabruptos dedicados a la desgana, la vaguería, la poca higiene y el mal carácter de un humilde trabajador.

Dos jóvenes recién llegados al edificio tres años atrás lo pusieron a parir y acto seguido un par de señoras, enemigas declaradas suyas, se sumaron al festín con regocijo. Ni uno solo de los amigos de José Luis, ésos que se pasan horas charlando con él en el portal, abrieron la boca para defenderlo, de manera que fui el único que se atrevió a romper una lanza a su favor. Dije que en los quince años largos que llevaba viviendo allí jamás había tenido el menor problema con él, al contrario, que siempre lo había visto cumpliendo sus tareas, limpiando las escaleras por las mañanas, ayudando a los ancianos a subir la compra y guardándome paquetes que me entregaban religiosamente. Al día siguiente le di la enhorabuena a José Luis por su jubilación, más que nada por alejarse de aquel pandemónium, y me dijo que ya me llamaría un día de estos para tomar un café. Una reunión anual de una comunidad de vecinos sirve para comprender mucho mejor los mecanismos de la ONU, la invasión de Ucrania, las matanzas periódicas de palestinos, el abandono del pueblo saharaui y el funcionamiento de la democracia en general.

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