Punto de Fisión

Oviedo sigue igual de Vetusta

Una escena de la serie La Regenta
Una escena de la serie La Regenta

La heroica ciudad dormía la siesta. He ahí la primera frase de La Regenta, una de los cuatro o cinco libros fundamentales de la literatura española, una novela inmensa que prosigue la estirpe de Madame Bovary y de Ana Karenina, prima hermana de El primo Basilio y de Effie Briest, es decir, de lo más alto de la narrativa europea del siglo XIX. Su protagonista, Ana Ozores, la hermosa y desdichada Ana Ozores, es uno de los pocos personajes femeninos a la altura de esos insignes monumentos en francés, en ruso, en portugués y en alemán: una de las mujeres más vivas y más auténticas que jamás se hayan alzado sobre el papel. Galdós, el escritor más grande de su época, el hombre que dio a luz Fortunata y Jacinta, tuvo el coraje de confesar después de haberla leído: "Su recuerdo no me deja vivir".

No hacía falta ser muy listo para comprender que Vetusta, la urbe ficticia donde tiene lugar la acción de La Regenta, no es más que un trasunto de Oviedo y de la sociedad hipócrita y perezosa que Clarín disecciona párrafo por párrafo. Los chismorreos, las envidias, las miserias, las corruptelas, las rencillas: todo el lamentable microcosmos de esa pequeña ciudad de provincias, maledicente y mediocre hasta las trancas, aparece analizado en esas páginas con una energía y una profundidad asombrosas, hasta el punto de que a Clarín nunca le perdonaron el retrato.

De hecho, todavía no se lo perdonan: ciento veintitantos años después de la muerte de Clarín, el PP ovetense, con el alcalde Alfredo Canteli al frente, ha tumbado una propuesta para nombrar al gran escritor zamorano Hijo Adoptivo de la ciudad. No es que a Leopoldo Alas, Clarín, le haga mucha falta este título póstumo -más bien no le hace ninguna- pero Oviedo ha desperdiciado una excelente oportunidad de honrarse a sí misma reconociendo al novelista que la colocó en el mapa de las letras. Se ve que la beatería ancestral, la podredumbre moral y la roña reaccionaria que Clarín sacó a la luz (y que le valió un sermón venenoso del obispo Ramón Martínez Vigil) continúan agarradas a los cimientos de la ciudad, a sus estamentos y poderes. Da bastante grima pensar que pronto van a nombrar a Melendi Hijo Predilecto de Oviedo y que uno de los Hijos Adoptivos más célebres es el actor Arturo Fernández, quien cuenta con una estatua en el municipio de Priañes.

La que inauguraron en 1908, dedicada a Clarín, fue destrozada por una horda de vándalos en 1937, poco después de que los nacionales fusilaran al hijo del escritor, Leopoldo García-Alas García Argüelles, entonces rector de la Universidad de Oviedo. El busto fue restaurado en 1967, pero el eclipse en que cayó el autor de una de las obras capitales de la literatura española hizo que La Regenta no conociera traducciones a otros idiomas hasta casi un siglo después de su publicación. Es lógico que los herederos de esa fauna provinciana que Clarín pintó con mano maestra no quieran saber nada del pintor; ni de la pobre Ana Ozores; ni de Fermín de Pas, ese cura ambicioso que es un miembro viril con sotana; ni de Álvaro Mesía, ese Don Juan de pueblo; ni de Obdulia Fandiño, esa cotilla exuberante que sufre un rapto de lujuria al ver a Ana descalza haciendo penitencia en una procesión. Oviedo, como España, sigue igual de Vetusta que siempre.

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