Punto de Fisión

Feijóo y la posmentira

Feijóo y la posmentira
Feijóo, en el debate con Pedro Sánchez en Atresmedia

Ahora que el arte de la novela languidece ante el auge de la llamada autoficción –la literatura en primera persona basada en hechos reales— hay que agradecerle a Feijóo que haya transformado la política en una novela por entregas. Una novela posmoderna, surrealista a ratos, heredera de esa vertiente gallega del realismo mágico gallego de Cunqueiro y Torrente Ballester, esas historias donde los muertos piden fuego por el monte a los lugareños despistados y las ciudades se elevan por las nubes en el momento en que sus habitantes se preocupan todos al unísono. No hay una sola fantasía húmeda o seca que no se cumpla en los discursos de Feijóo, desde subidas fantasmales de pensiones que nunca subieron a estadísticas de empleo calculadas por el tonto del pueblo. La gente acude en masa a los mítines ansiosa de verlo levitar hacia los cielos, al estilo de Remedios la Bella tendiendo la ropa o más bien de un Castroforte del Baralla resumido en un solo gallego.

Es normal que Feijóo se enfade cuando le acusan de mentir, como si García Márquez o Cortázar hubieran tenido que escribir ateniéndose a las tristes leyes de la lógica y la causalidad. La política basada en hechos reales queda para los políticos sin imaginación, esos Sánchez de mercadillo que va arrastrándose por la vida con los datos en la mano. Feijóo empezó en la política inventando su propia biografía: el coqueteo con un narco al que no conocía de nada, un criminal con el que compartía vacaciones, hoteles y crema solar en la espalda, pero que no era más que un personaje de novela. En el trepidante mundo de la política-ficción de Feijóo lo que cuenta de verdad es lo que la gente cree a ciegas y de oídas, no que fuese amigo íntimo de Marcial Dorado o que dejara Galicia hecha una mierda.

En su descargo hay que decir que no engaña a nadie, pese a que miente cada vez que abre la boca. Pocas veces se habrá visto a un político más honrado. En su gira por la España biodiversa puede decir cualquier cosa –por ejemplo, elevar la categoría metafórica de Cádiz a "tacita de oro"— que la gente romperá a aplaudir enloquecida, a la espera de que comente el frío que hace con 39 grados a la sombra. Este constante torpedeo de la realidad ha llegado a contagiar a sus adversarios, que no tienen tanta experiencia como él en el difícil juego del birlibirloque: en medio de la avalancha de trolas con las que casi se ahoga en el debate con Feijóo, Sánchez llegó a decir que él no gobierna con Bildu sino con Vox, un lapsus en el que sólo le faltaban las gafas.

La periodista Silvia Intxaurrondo le echó en cara el cargamento de paparruchas con que ensució el cara a cara con el presidente, sin caer en la cuenta de que Feijóo ha dado un paso más allá en el complejo mecanismo de los debates políticos, inaugurando la era de la posmentira. Por algo la crítica siempre va un paso detrás de la literatura. Fue un cara a cara, sí, pero parecía un culo a culo. En Murcia Feijóo aprovechó el lamentable resbalón de Sánchez diciendo que el sanchismo y Vox son aliados. Tampoco es tan difícil de creer, una vez puesta la fe en lo que sea. El realismo mágico gallego ha llegado a tal extremo que, antes de que acabe la campaña, una víctima de ETA podría levantarse de entre los muertos y decir: "Que te vote Txapote".


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