Punto de Fisión

Gracias, Rubiales

En menos de una semana, por el módico precio de dos mil y pico euros diarios, Luis Rubiales nos ha dado una lección de feminismo irrepetible, un MeToo personalizado y con olor a Varon Dandy. La cosa empezó con un piquito, según él, un beso a la fuerza en el podio en el que agarró la cabeza de una jugadora al vuelo y le estampó los morros en la boca. Sucedió tan deprisa y a la vista de tanta gente que hubo que repetir la jugada a cámara lenta: así supimos, entre la alegría y la emoción del instante, que nos habíamos perdido las babas.

Poco después, la moviola fue mostrando imágenes igual de aberrantes: Rubiales estrujándose los huevos en el palco al lado de la reina; Rubiales cargando a otra jugadora a hombros como si fuera una bombona de butano. Parecía una fiesta de pueblo de hace dos siglos o descartes del prólogo de 2001: una odisea del espacio, con los monos encabritados ante la visión del monolito. Unos días después, en su comparecencia ante los miembros de la Federación (hay que reconocer que el término "miembros" les va como un condón), descubrimos que, en efecto, Rubiales era el monolito. Si eso era la celebración ante las cámaras, mejor no imaginarse lo que haría el presidente de la RFEF en la intimidad, por ejemplo, en las orgías que pagaba con dinero de la Federación, según denunció su tío Juan Rubiales después de perder su puesto como jefe de Gabinete de la presidencia. Pero vamos a dejar aparte esto de las orgías con barra libre porque yo no entiendo mucho de fútbol.

Hubiese sido muy sencillo pedir disculpas, decir que se había equivocado y que no volvería a ocurrir, pero Rubiales carece de la campechanía borbónica y prefirió la estrategia bonapartista de huir hacia delante. Empezó por llamar gilipollas a todos los que le criticaban, siguió elaborando un comunicado atribuido falsamente a Jenni Hermoso y por último se inventó una versión alternativa en la que el feminismo intentaba derribarlo aprovechando que la muchacha lo había alzado dos palmos del suelo. Dadme un punto de apoyo y levantaré a un calvo.

En apenas cinco días, gracias a Rubiales, hemos visto el funcionamiento interno del patriarcado avanzando a toda máquina: el agresor convertido en víctima, la víctima culpabilizada, el sujeto permutado en objeto y viceversa. Se inventaron sólo una foto, vale, pero lo mismo podían haberse inventado un video de Jenni Hermoso tomando una poción de laboratorio, transmutándose en Hulka, hinchándose de músculos y venas verdes, tirando a Rubiales de la tarima y violándolo brutalmente en el césped con un balón de fútbol.


El viernes, cuando todo el mundo esperaba que presentara su dimisión en directo, Rubiales volvió a exhibir al macho alfalfa que lleva dentro y gritó cinco veces que no se iba entre los aplausos y silbidos de la manada futbolera. Le faltó únicamente abrirse la bragueta y sacarse el ciruelo en público, lo mismo que no hizo Tom Cruise en aquella secuencia de Magnolia en la que imparte seminarios a hombres blandengues y repite a alaridos una de sus primeras lecciones: "¡Respetad la polla!". A aquellas alturas del despropósito, Rubiales todavía no se había enterado de lo que había hecho, de lo que no había hecho y de lo que había dejado de hacer, aunque lo mejor de todo era el orfeón de orangutanes clamando contra el falso feminismo y adorando el monolito de la violencia machista: un falo con traje y corbata, dotado de habla y calvo para más señas. Entre los gruñidos y ladridos de los jefazos de la Federación no se entendía gran cosa, pero básicamente el estrépito venía a decir: "Esto nos pasa por dejar a las mujeres jugar al fútbol".

Hay que darle las gracias a Rubiales, primero, por sacar a la luz el inmenso océano de mierda que acarrea el mundo del fútbol, y segundo, por exponer de forma meridiana los abusos continuados del machismo, la necesidad de la Ley del Solo Sí es Sí y los sencillos mecanismos del consentimiento. ¿Cómo va una mujer a atreverse a denunciar una agresión sexual si ni siquiera vale como prueba el video de un beso forzado en público? Seguramente un montón de hombres se habrán sentido incómodos estos días con el linchamiento virtual de Rubiales, lo mismo que los amigos de Pedro Sánchez con el feminismo de Unidas Podemos, pero a lo mejor han aprendido algo. Entre otras cosas, cuánta falta nos hace Irene Montero.

 


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