Punto de Fisión

Rebajas de otoño del PP

Manifestantes gritan consignas durante la manifestación convocada este domingo por el PP en Madrid. Alejandro Martínez Vélez / EUROPA PRESS
Manifestantes gritan consignas durante la manifestación convocada este domingo por el PP en Madrid. Alejandro Martínez Vélez / EUROPA PRESS

Es muy difícil explicar las razones por las que pincha una manifestación. A veces es porque hace buen tiempo, otras veces es porque hace mal tiempo. Si este domingo hubiese llovido a mares en Madrid no sería difícil achacar la flaca asistencia a la movilización nacional contra la amnistía a los contratiempos atmosféricos. Ahora bien, el otoño capitalino dura poco, muy poco, y probablemente muchos de los patriotas con su banderita recién comprada en el chino decidieron disfrutar de un agradable día de campo. Ayuso le había prometido a Feijóo doscientas mil almas que clamaran bien alto y bien fuerte por la unidad de España, pero apenas se reunieron cuarenta mil. Apretujados todos juntos en la plaza de Felipe II parecía que acabaran de inaugurar las rebajas en El Corte Inglés de Goya.

En efecto, acababan de inaugurarse las rebajas de otoño del PP. Si Mariano Rajoy, que fue uno de los oradores estrella del mitin, explicó una vez el fracaso de una manifestación independentista en Barcelona mediante el procedimiento de contar la gente que no había ido a la manifestación, lo de ayer en Madrid fue un ridículo a escala nacional en toda la extensión de la palabra. Eso sin necesidad de recurrir a la cantidad de autobuses fletados desde toda la geografía pepera y a la circunstancia de que, para colmo, estaban jugando en casa. Llegan a celebrar la misma movida en Barcelona y hubiesen tenido que montar un partido de baloncesto.

Feijóo resumió el absurdo de toda esta pantomima con uno de esos embrollos semánticos marca de la casa en los que terminó por aclararlo todo: "Un partido que jamás vende sus principios por una alcaldía, por una diputación, por una comunidad autónoma, ni por el gobierno de España. No lo haremos, no lo hemos hecho nunca y no lo volveremos a hacer ahora". Se puede ser más torpe a la hora de expresarse, vale, pero difícilmente más honesto. Era prácticamente imposible igualar las mamarrachadas verbales de Mariano, el Góngora del perogrullo, pero Feijóo ha resultado ser el Quevedo de la afasia.

Entre el culteranismo de chichinabo de un gallego y el conceptismo de pachanga del otro, el aspirante a ganador de unas elecciones perdidas no terminaba de darse cuenta de que lo habían invitado al mitin como la mortadela en medio del bocata, sólo para oír a los madrileños aclamar a Ayuso. Una aclamación -como dijo George Bernard Shaw al leer la noticia de su propia defunción- prematura y exagerada, porque a estas alturas de la investidura Feijóo todavía debe de estar intentando comprar tránsfugas al peso, a ver si le salen las cuentas. Al igual que pactar con independentistas o amnistiar delincuentes, se trata de otra cosa que nunca han hecho y nunca volverán a hacer.

Un gracioso -o quizá otro partidario de Ayuso- repartió carteles con el apellido de Feijóo mal escrito: le faltaba una O, pero nadie entre los manifestantes que lo llevaban muy ufanos parecía notar la omisión y, si la notaban, tampoco es que les importara mucho. Difícilmente iba a molestarles la errata en un acto contra quienes supuestamente pretenden saltarse la Constitución a la torera, promovido por los mismos que llevan cinco años bloqueando la renovación del poder judicial mientras se pasan el mandato constitucional por el forro. Es gente que sale a la calle únicamente cuando España se va a romper, que lleva rompiéndose la tira de años y luego ni siquiera se agrieta. El patriotismo, decía Samuel Johnson, es el último refugio de los canallas, aunque se ve que en España es el primero y casi el único.

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