Punto de Fisión

Miguel Lago, un facha del método

Miguel Lago, un facha del método

Miguel Lago triunfó en El Club de la Comedia con el personaje de un facha repugnante, estúpido e insolente –disculpen el pleonasmo, con decir "facha" basta–, un arquetipo clasista que aparecía en escena ataviado con dos kilos de gomina, como el ectoplasma de Mario Conde, y se presentaba a sí mismo como un hijoputa. Un auténtico hijoputa, insistía el personaje, procedente de una larga tradición de hijos de la gran puta, subrayando así que el insulto más gordo del idioma castellano (probablemente también de los demás idiomas) viene por parte de madre. Como si la pobre mujer tuviera alguna culpa, pero qué le vamos a hacer, así de arraigada está la misoginia: en la médula misma del lenguaje.

En sus monólogos, Lago presumía de dinero, de codicia, de egoísmo, de traje, de corbata y de peinado, una encarnación tan perfecta y atroz del neoliberalismo vigente –ese que pisotea a los más desvalidos en los momentos de bonanza económica y luego, cuando vienen las pérdidas, gimotea un rescate estatal a la banca– que no cabía otra interpretación que la ironía, esa figura retórica mediante la cual se da a entender exactamente lo contrario a lo que se dice. En el fondo, detrás del discurso de ese personaje facha, rancio y asqueroso –disculpen otra vez el pleonasmo–, quizá Lago estaba apelando a la solidaridad, a la piedad, a la cooperación y a los buenos sentimientos. O eso pensábamos, al menos, porque en los últimos tiempos, por sus salidas de tono, da la impresión de que no estaba interpretando a ningún personaje, ya lo aseguraba él mismo frente al micrófono.

En mayo de este mismo año, junto a Pablo Motos, Miguel Lago se rio a carcajadas de la candidata de Unidas Podemos a la alcaldía de Valencia, Pilar Lima, una lesbiana sorda y feminista: "Entonces digo, como ya vale todo, ahora empezar a faltar: y aquí este cojo que hemos traído". Motos se descojonaba vivo. Lo más gracioso de todo es que, poco antes, también junto a Pablo Motos, Miguel Lago denunciaba el acoso que estaba sufriendo una hija suya en el colegio: "Es violencia física, es violencia verbal, es acoso. No termina en el colegio". Efectivamente, él había llevado el acoso verbal a otro nivel, a la televisión, burlándose de una mujer discapacitada frente a millones de personas en un programa de máxima audiencia.

Esta semana, Lago ha triunfado con un monólogo sobre el incidente que sufrió el diputado del PSOE Oscar Puente cuando un espontáneo le impidió abordar el AVE provocando que el tren saliera con 45 minutos de retraso. Todo muy gracioso también, sobre todo teniendo en cuenta que el espontáneo, Lucas Burgueño, cuenta con un largo rosario de agresiones a policías, hosteleros y periodistas, además de un expediente de lesiones y acoso a su ex pareja por el que la Fiscalía reclama 18 meses de cárcel. El monólogo todavía resultaba más gracioso al recordar el buen humor con que el propio Miguel Lago se tomó la persecución de una antivacunas que le increpaba por la calle: "¿Me puedes dejar con mis hijos, que estoy en la calle con mis hijos, tarada de los cojones?".

El acoso siempre es acoso, llámenlo escrache o jarabe democrático, así se lo hagan a una niña en el colegio, a un diputado en un tren, a una presidenta de la Comunidad de Madrid o a un ciudadano cualquiera por la calle. En los últimos tiempos, no ha habido un caso más clamoroso y sangrante que el hostigamiento demencial que sufrieron un vicepresidente y una ministra en las inmediaciones de su propio domicilio durante meses. Los acosaron día y noche, incluyendo a sus hijos pequeños. Una lástima que Miguel Lago no los incluyera también en su monólogo.

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