Punto de Fisión

Abascal y su batalla cultural

Abascal y su batalla cultural
El líder de Vox, Santiago Abascal, durante la segunda votación de la investidura del líder del Partido Popular, en el Congreso de los Diputados, a 29 de septiembre de 2023, en Madrid (España). Eduardo Parra / Europa Press

Desde que empezó montando mítines de tres personas subiéndose a un banco de madera y tirando de micrófono, Santiago Abascal ha demostrado que en política todo es cuestión de fe. A comienzos de siglo, mi amigo, el poeta Rafael Pérez-Castells, y yo fuimos a una presentación de nuestros libros en Toledo y convocamos tanto público aproximadamente como Abascal allá por 2015. Fue un éxito rotundo, un experimento de vacío cósmico digno de aquella frase mítica de Macedonio Fernández: "Vino tanta gente a mi conferencia, pero tanta gente, que si falta uno más, no cabe". Creo que entre la dueña de la librería, Rafa y yo podíamos haber fundado una generación literaria o un movimiento artístico, pero nos faltó el empuje de Abascal clamando sus discursos de tapicería patriótica a los cuatro vientos.

En aquellos tiempos de penuria, Abascal estaba él solo con las tres letras gigantescas de Vox plantadas en el suelo y algunos curiosos se acercaban a ver si las regaba con una manguera, si sacaba la rueda de afilar o una trompeta y una cabra. La cabra saltando de la V a la O y luego a la X habría dado mucho juego. El caso es que Abascal no se rindió y unos años más tarde se subió a otro tipo de bancos, un piso mucho más firme desde donde lanzar proclamas e iniciar la reconstrucción de España. La reconstrucción empezaba precisamente por el propio Abascal, quien había dejado un jugoso chiringuito a sueldo de Esperanza Aguirre para lanzarse a esa aventura callejera que finalmente dio sus frutos. Abascal también podía haber fundado una generación literaria o un movimiento artístico, pero ya tenía fundado Vox, que tomaba el nombre no tanto del latín sino de una revista de propaganda nazi.

En Vox andan preocupados estos días por el chorreo de dinero –unos siete millones de euros— que en los últimos años ha ido fluyendo desde la caja del partido a una fundación, Disenso, que nadie sabe muy bien lo que es, pero que algunos de los ex militantes del partido han definido como "un fondo de pensiones privado" para el propio Abascal. El secretario general de Vox, Ignacio Garriga, ha tenido que enviar una carta a los afiliados para tranquilizarlos y explicarles que la fundación es la punta de lanza en la batalla cultural contra el comunismo. Ahora se explica mejor aquella foto de Abascal en 2020 asomado a un balcón con un casco de los tercios y mirando al infinito: ahí estaba la punta de lanza y la batalla cultural, no faltaba más que el comunismo, pero al menos tenía enfrente al coronavirus.

Fue por esas fechas cuando se creó la fundación Disenso, una entidad que, según Garriga, no debería preocupar a los afiliados, ya que cumple con todos los requisitos legales, incluido el nombramiento de Santiago Abascal como patrono vitalicio de Disenso incluso si dejara el partido en busca de nuevos horizontes políticos, nuevos megáfonos, nuevas ruedas de afilar o nuevas trompetas y cabras. No deja de ser curiosa la contradicción que hay entre el trasvase de millones a Disenso y la medida propuesta en el programa de Vox para prohibir las subvenciones públicas a sindicatos partidos y fundaciones ligadas a formaciones políticas. Todo sea por la batalla cultural, un terreno peliagudo donde la ultraderecha está renovando el panorama a base de toreros, chistes de Arévalo y canciones de José Manuel Soto. Abascal bien podría parafrasear la famosa sentencia de Kennedy: "No preguntes lo que tu país puede hacer por ti: pregunta lo que puede hacer por mí".

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