Punto de Fisión

Me gustas cuando callas, Carlos Vives

Me gustas cuando callas, Carlos Vives
Ayuso y Carlos Vives, durante la presentación del concierto de la Hispanidad Comunidad de Madrid

Hace un tiempo me invitaron a un espectáculo de flamenco bastante confuso en el que había un exceso de músicos, un exceso de notas falsas y un exceso de ropa comprada en los chinos. Todo era excesivo, en efecto: la iluminación, el volumen, los videos cursis destellando en las pantallas, y en especial los zapateados de los bailaores, quienes ametrallaban el suelo como si pretendieran dejar sordas a todas las chinches a tres kilómetros a la redonda. Lo poco que entiendo yo del tema viene de mi relación con una novia bailaora, unos veinte años atrás, y lo tengo bastante oxidado, pero junto a mí estaba sentada una profesional que soltó la crítica más certera que he oído en mucho tiempo: "Me gustan, sobre todo, cuando se paran".

Es una observación magistral que puede aplicarse también a muchos otros artistas, por ejemplo, a Carlos Vives, uno de esos cantantes que gana mucho en los momentos en que cierra la boca. A Vives le sienta como un guante el célebre verso de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, "Me gustas cuando callas porque estás como ausente". De hecho, habríamos preferido que Vives se ausentara de Madrid, al otro lado del Atlántico a ser posible, en lugar de cobrar los ochocientos mil y pico de euros que costó su concierto la semana pasada para celebrar el Día de la Hispanidad. Casi merecería la pena haberlo pagado sólo para que no se repita.

Al parecer, se trataba de conmemorar en clave acústica las masacres, violaciones en masa y epidemias que arrasaron las poblaciones indígenas durante la Conquista de América, un género de mestizaje funerario-musical iniciado por Nacho Cano, otro ruiseñor a lo Neruda subvencionado por Ayuso. Después de oír un fragmento de Malinche o unas cuantas canciones de Carlos Vives, se entienden mucho mejor la mala hostia de Cortés, la mala hostia de Pizarro y la demencia sanguinaria de Lope de Aguirre remontando el Orinoco. Vamos, se entiende hasta la película que rodó Werner Herzog en Perú, Aguirre, la cólera de Dios, y la insania equinoccial de Klaus Kinski liándose a espadazos con los miembros del rodaje. Conste que, aunque lo parezca, la película no tiene nada que ver con Esperanza Aguirre.

A Vives le preguntaron si iba a tocar gratis y aclaró que el espectáculo sería gratuito para el público, pero que él cobraba una pasta. Concretamente, diez veces más de lo que costó un concierto suyo en Vigo hace seis años. Puede ocurrir que su caché haya aumentado exponencialmente, puede ocurrir que se callara más a menudo, o puede ocurrir que los madrileños seamos gilipollas. Que tenemos menos luces que en Vigo, es seguro, al menos en Navidades. Una vez más se confirma la teoría de que el dinero público es de todos, sí, pero suele acabar en los bolsillos de unos pocos, muy pocos, casi siempre los mismos.


Después le preguntaron sobre Ayuso y entonces Vives se deshizo en elogios sobre su benefactora ("una mujer y líder increíble", "supernatural", "hermosa", "preciosa"). Lo de "increíble" es rigurosamente cierto, a qué vamos a engañarnos, tanto como la sinceridad de Vives, quien no iba a poner a parir a una presidenta que le endilgó a él solito algo así como el doble o el triple de lo que había gastado entre las actuaciones de todos los demás músicos invitados juntos. También es verdad que hay que entender que, si a Ayuso le sobraba casi un millón del presupuesto en fiestas y jolgorios, no iba a fundírselo ella sola comprándose en Chamberí otro casoplón de lujo. Me callo, que estoy más guapo.

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