Punto de Fisión

El futuro en patinete 

El futuro ya no es lo que era, dijo Paul Valéry hace casi un siglo y la frase permanece vigente gracias a que el futuro sigue igual de cochambroso que siempre. Nos habían profetizado urbes cristalinas decoradas con trenes aéreos y coches voladores, y lo que se ve, una vez apartados los rascacielos, son suburbios, cubos de basura, vertederos y un montón de patinetes. Mucho presumir de alta velocidad, mucho romper barreras tecnológicas y al final ha triunfado el patinete.  

Hay que reconocer, sin embargo, que el patinete resulta el símbolo perfecto de un planeta donde una persona muere de hambre cada 24 segundos y que ha proclamado la guerra como principal ocupación desde el día en que nos bajamos de los árboles. No hay duda de que descendemos del mono, aunque parece que algunos descendieron dos paradas antes. Fue el progreso lo que nos sacó de las cuevas prehistóricas, nos libró de supersticiones inmundas y de plagas letales, pero no debemos olvidar que uno de los insultos de moda hoy en día es "progre". 

A la especie humana, más que el avión a reacción o el cohete espacial, la representa muy bien el patinete. Claro que ya no se trata del mecanismo elemental de propulsión a pie con que se avanzaba en mis tiempos, sino de un patinete electrificado que permite al usuario invadir alternativamente las aceras, los parques y las calles, estorbando por igual a conductores, perros, pájaros y peatones. Cuenta además con la ventaja adicional de poder explotar en cualquier momento, con lo que cada trayecto se convierte en una emocionante ruleta rusa donde nunca sabes si llegarás con ambos pies intactos. Es asombrosa la capacidad humana para traspasar los límites impuestos por la naturaleza: primero, la rueda; después, la bicicleta; después, el coche; después, el avión; por fin, el patinete. Cualquier día tunearemos el triciclo y será el acabose. 

Según la ciencia-ficción clásica, el futuro se divide en dos escenarios contradictorios: por un lado, una utopía en la que desaparecerán las clases sociales, la medicina nos habrá transformado prácticamente en inmortales y la gente podrá dedicarse al ocio y a tocar la chirimía; por el otro, una distopía donde las desigualdades económicas serán abismales, la medicina habrá avanzado tanto que todos seremos enfermos y la gente andará por ahí en patinete.  

Pensábamos que las máquinas liberarían al ser humano de la esclavitud del trabajo físico, permitiéndole cumplir el sueño marxista de una arcadia feliz consagrada a la poesía, la música y las artes, pero es la Inteligencia Artificial la que ha inaugurado su propia arcadia a fuerza de excretar pinturas postizas, poemas de mierda y canciones de cartón-piedra. Mientras tanto, la humanidad sigue doblando el espinazo ocho horas al día, camino de diez o doce. Joder, quién iba a pensar que la Inteligencia Artificial iba a salirnos tan espabilada. Nadie vio venir la dictadura implícita en las redes sociales y eso que, para no engañar ni a un besugo, las llamaron "redes". 

Una de las pocas cosas del presente que coincide con los pronósticos aciagos es el apartado de los supervillanos: tenemos al menos un par de ellos, Elon Musk y Jeff Bezos, que parecen sacados de sendas películas de James Bond, sólo que sin gato y sin antagonistas que les hagan frente. En su mejor imitación de Goldfinger, Musk asegura que podría dar un golpe de Estado en cualquier país que se le ocurra, aunque de momento anda demasiado ocupado con manejar Twitter, donde tiene tantas dificultades que al final ha cambiado el logo del pajarito por la X de una película porno. En cuanto a Jeff Bezos, el Doctor Maligno de Amazon, ha perfeccionado hasta el límite el principio de la cadena de montaje de Henry Ford, eliminando tiempos muertos mediante el procedimiento de que sus empleados meen en botellas. Bezos está a dos pasos de reinventar la trona con orinal incorporado. Desde que vamos en patinete, el progreso tampoco es lo que era. 

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