Salvo unas pocas excepciones, las películas de Ryan O'Neal no son ni la mitad de interesantes que la película de su propia vida, una superproducción plagada de adicciones, borracheras, peleas, adulterios y maltratos que concluyó la semana pasada a los 82 años. Hay una evidente discordia entre su imagen cinematográfica -un joven guapísimo, adorable e inocente- y el ogro repelente que protagoniza diversos testimonios de sus parejas y sus hijos. En la pantalla Ryan O'Neal brillaba con la hermosura de un dios griego, una belleza algo fría y un poco boba que acentuaba el candor de sus mejores papeles, por ejemplo, el del musicólogo Harold Bannister, mangoneado y zarandeado por Barbra Streisand en ¿Qué me pasa, doctor?, la deliciosa comedia de Bogdanovich que rinde tributo a La fiera de mi niña, una de las muchas obras maestras de Howard Hawks.
Fue Bogdanovich quien le dio la oportunidad de trabajar con su hija Tatum al año siguiente en Luna de papel, otra excelente película en la que la pequeña de diez años se llevó un Oscar a la mejor actriz secundaria que en justicia debería haber correspondido a Madeline Khan. No lo sabía, pero a mediados de los setenta, con treinta y tantos años a la espalda, el actor se encontrada en la cúspide de su carrera, justo antes de que todo comenzara a rodar cuesta abajo. La cumbre de su popularidad llegó en 1970 con el éxito mundial de Love Story, de Arthur Hiller, una empalagosa historia de amor cuyo lacrimógeno final iba a repetir muchos años después en el terrible epílogo de su relación con Farrah Fawcett, cuando la inolvidable rubia de Los ángeles de Charlie volvió con él para cuidarle tras su diagnóstico de leucemia y finalmente fue ella quien murió en 2009 tras un largo y doloroso cáncer colorrectal. Una periodista que le entrevistaba por aquel entonces, Leslie Bennets, le oyó comentar estupefacta que, gracias a Love Story, ya tenía experiencia en tratar mujeres enfermas.
Farrah Fawcett fue, probablemente, el amor de su vida, un romance que empezó cuando Lee Majors, su marido y gran amigo de Ryan O'Neal, le pidió a éste que la acompañara una noche en la que él estaba de viaje. Un grave error, teniendo en cuenta el historial amoroso de O'Neal, que cargaba ya con dos matrimonios, tres hijos y un rosario de conquistas entre las que se contaban estrellas de la talla de Barbra Streisand, Ursula Andress o Diana Ross. Nunca llegó a casarse con Fawcett, con la que tuvo un hijo, Redmond, y con la que mantuvo una relación incendiaria durante casi veinte años, un idilio agravado por las constantes infidelidades del actor, sus abusos con las drogas y el alcohol y su devoción por las armas de fuego. En 2007, cuando Fawcett estaba ya muy enferma, celebraron una fiesta en casa que degeneró en trifulca y que terminó con Ryan O'Neal arrestado tras disparar sobre su hijo Griffin, que salió ileso. "Bienvenida al hogar de los O'Neal", le dijo el actor a Leslie Bennets al explicarle el episodio, como si estuvieran viviendo en Afganistán.
Por desgracia para él, Griffin heredó, además de la belleza escultórica de su padre, su afición por las borracheras y las drogas, pasó largas temporadas en prisión y se vio envuelto en un accidente con una lancha motora en la que perdió la vida Giancarlo, uno de los hijos de Francis Ford Coppola. Una vez confesó que su padre le invitó por primera vez a esnifar cocaína cuando tenía once años. No menos tormentosas fueron las relaciones con Tatum, quien confesó que tenía celos de ella por su Oscar, que también la inició en el consumo de cocaína para que bajara de peso y que había llegado a sufrir abusos por parte de uno de los amigos de su padre. Tatum, que llevaba muchos años sin hablarle, quiso reconciliarse con él tras enterarse de la muerte de Farrah Fawcett, preguntándose qué sería de su vida si no lograse perdonarlo. El propio Ryan O'Neal explicó cómo, después del entierro, una chica rubia que él pensaba que era una admiradora sueca le dio un abrazo y entonces él le dijo que necesitaba un trago y que si tenía coche, sin darse cuenta de que estaba ligando con su propia hija.
La última gran película que interpretó en la pantalla fue Barry Lyndon (1975), donde Stanley Kubrick aprovechó su físico espectacular y su aspecto ingenuo para caracterizar su particular visión del pícaro de Thackeray, mucho menos ingenioso y osado que en la novela. En el duelo final entre Barry Lyndon y su hijastro, Ryan O'Neal estaba prefigurando sin saberlo el tiroteo que iba a tener en su casa muchos años después, cuando falló el disparo a propósito para no herir a su hijo Griffin. En ocasiones, la vida de un actor de Hollywood parece Hollywood.
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