Punto de Fisión

Feijóo: guía de lectura

Alberto Núñez Feijóo, en Sarria. / Eliseo Trigo (EFE)
Alberto Núñez Feijóo, en Sarria. / Eliseo Trigo (EFE)

Llevo un tiempo, unas cuantas semanas, releyendo el Ulises de James Joyce, con vistas a unas clases que quiero impartir este verano en Fuentetaja para conmemorar el 120 aniversario de la publicación de esta obra maestra. Es un libro difícil, condenadamente difícil, con un par de capítulos al menos prácticamente ilegibles fuera de su versión original —me imagino que también en inglés—; un libro que exige una paciencia a prueba de tortugas, que requiere de una guía de lectura para enterarte por encima de lo que está sucediendo en cada capítulo, y también de comentarios de estudiosos, entusiastas y detractores joycianos (Svevo, Valverde, Borges, Nabokov, Burgess, Woolf) para alcanzar siquiera un eco de sus incalculables resonancias. Sospecho que no hay manera de entender cabalmente el arte de la novela si no se detiene uno ante el Ulises de Joyce, aunque sea para arrojarlo finalmente por la ventana.

Pensaba que leer el Ulises de Joyce, enfrentarse a la inextricable cordillera de su pedantería monumental, sus parodias, sus bromas y sus ramificaciones estilísticas, no sirviera para otra cosa más que afilar al límite el sentido último de la escritura; sin embargo, estos últimos días he visto que el estoicismo, el coraje, la ironía y el aparato crítico que requieren la lectura de este libro casi intratable también pueden servir para intentar entender las contradicciones, las sandeces, las idas y venidas y las perogrulladas de Feijóo en su largo camino hacia la insignificancia. Con ello no quiero decir que Feijóo pudiera aspirar a la complejidad y la categoría ontológica de un personaje de Joyce (ni Stephen Dedalus, ni Molly Bloom, ni tampoco Leopold Bloom), sino más bien que sus declaraciones, sus volantazos y sus cambios de opinión tal vez puedan explicarse mejor mediante una paráfrasis del Ulises.

En primer lugar, habrá que recordar que Joyce intentó sintetizar en una sola jornada —el 16 de junio de 1904, en homenaje al día en que conoció a su mujer, Nora—, y en un breve recorrido por Dublín, las numerosas peripecias marinas de la Odisea, que ocupan varios años de la vida del héroe homérico. De un modo similar, Feijóo está repitiendo en clave electoral y durante varios meses las andanzas de Leopold Bloom por las calles, las tiendas, el cementerio, el hospital, las tabernas y el burdel antes de retornar a su casa. Bloom desayuna un riñón de cerdo y Feijóo una empanada gallega que todavía no ha acabado de digerir. Bloom acude al entierro de un amigo, Paddy Dignam, y Feijóo a un recuento de votos y unos pactos electorales de los que sale su propio cadáver. Ambos episodios simbolizan el descenso a los infiernos de la mitología clásica, el momento en que el héroe conoce su destino, aunque Bloom apenas alcanza a vislumbrarlo y Feijóo se resiste a aceptar que ya está embalsamado.

Con todo, más allá de esas correspondencias más o menos humorísticas, lo verdaderamente revelador de comparar las trayectorias de Bloom y Feijóo viene al profundizar en los pensamientos de ambos, ese flujo de conciencia con el que Joyce puso patas arriba la historia de la novela. El monólogo interior de Bloom y el discurso exterior de Feijóo son un ejemplo perfecto de que la lluvia que cae sobre Dublín es la misma que cae sobre Orense, al igual que el sol que sale por Gibraltar sale también por Antequera. Feijóo dijo que nunca indultarían a los independentistas, pero que estudiaron la posibilidad de una amnistía durante 24 horas, más o menos el tiempo que le lleva a Leopold Bloom darse cuenta de que no ha ido a ningún sitio.

En el penúltimo capítulo de la novela, Bloom se acuesta en la cama boca abajo, oliéndole los pies a su mujer, que le ha puesto los cuernos esa misma tarde con un pomposo empresario, mientras que Feijóo no termina de admitir que España le ha dado definitivamente la espalda. Entre los cantos de sirena del electorado, prefirió arrojarse entre las narcolanchas de Caribdis y los tentáculos de Escila de Vox, que no le han dejado un madero sano. Esa es la imagen náutica que Feijóo va a dejar a la historia de la literatura: una estampa sonriente y soleada a bordo del yate de un narcotraficante. Joyce advirtió a Djuna Barnes: "Lo malo es que el público pedirá y encontrará una moraleja en mi libro, o peor, que lo tomará de algún modo serio, y por mi honor de caballero, no hay en él una sola línea en serio". En Feijóo, tampoco.

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