Punto de Fisión

Puigdemont en Hispania

Pepe, personaje de Astérix y Obélix.
Pepe, personaje de Astérix y Obélix.

 

Últimamente, la política española se ha instalado en un infantilismo crónico muy vistoso, un espectáculo en el que nuestros próceres compiten por ver cuál de ellos aparenta menos edad. Hace unas semanas, Pedro Sánchez se puso en plan adolescente y amagó con una depre de cinco minutos sólo para que su gente le demostrara su cariño diciéndole que sigue siendo el más guapo. Aun así, no pudo igualar la marca de Feijóo, quien, incapaz de formar gobierno porque nadie quería arrimarse a él, se enfurruñó como un niño de ocho años y dijo que no era presidente porque no había querido. Una frase ridícula hasta para un niño de ocho años.

Puigdemont, sin embargo, ha ido aun más allá por el camino del berrinche y, después de anunciar que abandonaría la política si no era elegido presidente de la Generalitat, ahora amenaza con romper la coalición de gobierno y mandarlo todo al carajo a menos que siga manejando el cotarro. Tras el batacazo sufrido por Junts en las elecciones catalanas, no parece que ni su investidura ni el procés tengan un futuro prometedor, pero Puigdemont se ha puesto en el mismo plan del crío que detiene el partido de fútbol en el patio del colegio porque asegura que el balón es suyo.

Con un adulto enfrente, el chantaje se esfumaría enseguida, pero vete a saber si Sánchez aún sigue en modo quinceañero y las negociaciones no acaban desembocando en un choque de testuces. En una de sus muchas aventuras, Astérix rescata de las manos de los romanos a Pepe, hijo de Sopalajo de Arriérez y Torrezno, líder de los celtíberos, pero tiene que transigir cada vez que el pequeño le amenaza con dejar de respirar poniéndose rojo como un tomate. He echado un vistazo al original de Goscinny y Uderzo y no me ha sorprendido comprobar que Pepe, el chavalito intratable que trae de cabeza a Astérix y Obélix, tiene un pelazo esponjoso y reluciente que sale clavado al de Puigdemont. Tampoco es casualidad que el tebeo se titule Astérix en Hispania.

Si Puigdemont fue la clave para que Sánchez gobernara en España sin ser el candidato más votado, ahora Puigdemont reclama que le devuelvan el favor en Catalunya con el apoyo de Sánchez. No le importa tirar por la borda la ley de amnistía jugándosela a todo o nada, aunque la amnistía no era un traje hecho a medida para él, sino más bien una chapuza confeccionada para remediar un desaguisado judicial con cientos y cientos de afectados. En un país donde las elecciones se suceden una tras otra (en breve llegan las europeas) y donde los políticos son críos apostando presupuestos millonarios a las cartas, la situación no deja de tener su gracia.

Es muy jodido reconocer que, entre unas cosas y otras, ya no pintas nada en política. En el momento en que, con un sonoro gatillazo, proclamó y suspendió la república catalana en ocho segundos, Puigdemont alcanzó el cénit del estrellato independentista. A partir de ahí no ha hecho sino rodar y rodar cuesta abajo, desde el maletero del coche en el que escapó al exilio hasta el chupete que maneja con la audacia de un capitán de submarinos a punto de apretar el botón nuclear. Se creía que estaba haciendo historia, pero qué va, sólo estaba haciendo autobiografía, un ejercicio de autoficción en el que, de momento, casi todo es ficción. Verás cuando llegue la realidad.

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