Punto de Fisión

Cuéntame: epílogo en la realidad

Imanol Arias y Ana Duato se sientan en el banquillo de los acusados. EFE/ Fernando Alvarado /POOL
Imanol Arias y Ana Duato se sientan en el banquillo de los acusados. EFE/ Fernando Alvarado /POOL

He leído con cierta alarma que Cuéntame cómo pasó, la teleserie que narra las aventuras y desventuras de la familia Alcántara, lleva veintidós años en antena, lo cual seguramente sea todo un récord de longevidad, sobre todo teniendo en cuenta que es más mala que Netanyahu. Allá por los setenta, el ángulo superior de la pantalla marcaba a hierro con dos rombos los programas de los que debía abstenerse el público infantil, una costumbre hoy felizmente olvidada, salvo en el caso de Cuéntame, que debería llevar lo menos ocho o nueve y la recomendación de verla únicamente con la tele apagada.

 

De lo que sí estoy seguro es que, en todos estos años, desde el 2001 que empezó a emitirse, no he visto entero ni un solo capítulo de semejante bodrio, aunque de vez en cuando -en un bar, en casa de un amigo, en la propia mientras jugueteaba con el mando a distancia- saltaba de canal y me daba de bruces con Antonio, con Merche, con la abuela, con don Pablo y con toda la rancia caspa que afloraba en cada capítulo. Pese a lo poco y lo mal que la veía, en seguida me llamaron la atención las pinceladas verdes que afeaban cada secuencia, ya fuese en un jersey, un coche, el brillo de un mueble o un guardia civil. Llegué a pensar si los artífices de la mamarrachada no estarían haciendo un homenaje secreto a Hitchcock y a la utilización del verde en su cine, especialmente en Vértigo, donde simboliza el deseo, la nostalgia, la muerte o vaya usted a saber. Unos años más tarde pensé que a lo mejor Cuéntame estaba profetizando a Vox.

 

En mi juventud había programas -Cosmos, de Carl Sagan; La clave, con José Luis Balbín; Jazz entre amigos, con Juan Claudio Cifuentes- que daban la impresión de subir uno o dos puntos el cociente intelectual, mientras que Cuéntame funciona más bien al revés: un curso de demencia senil acelerada en el que cada vez se van olvidando más cosas, más detalles de la historia reciente de España, hasta el punto de que cualquier día los espectadores acérrimos pudieran recibir en su casa la visita de un señor con el encargo de quitarles el graduado escolar. El borrado, el recauchutado y la falsificación de la memoria histórica son tan evidentes en cada uno de los episodios (recuerdo ahora uno donde unos estudiantes se encadenaban protestando contra el franquismo y los policías casi los invitan a café) que no estoy seguro de si se habrán inspirado en los documentales sobre la Transición de Victoria Prego o en las comedias de Esteso y Pajares. Tampoco es que haya mucha diferencia, la verdad.

 

Por aquellos años, hacia 2003, Marco Tullio Giordana planeó una miniserie sobre la historia reciente de Italia vista a través de una familia que acabó por encarnarse en una de las mejores películas de las últimas décadas: La mejor juventud. Dos hermanos, uno policía, otro psiquiatra, viven sus disputas, sus amoríos y sus pérdidas en una soberana contradanza con los disturbios callejeros, las huelgas de estudiantes, los despidos masivos de la FIAT, las matanzas de la mafia siciliana, la antipsiquiatría de Franco Basaglia y el terrorismo de las Brigadas Rojas. Comparar esta inolvidable obra maestra con el indecente ejercicio de pasteleo histórico que representa Cuéntame es como comparar el Apolo y Dafne de Bernini con el plátano pegado a una pared con cinta adhesiva de Maurizio Cattelan.

 

Sin embargo, en sus episodios finales, Cuéntame está siendo zarandeada por un involuntario torbellino de metaficción gracias al cual ha terminado por desembocar en la realidad. Imanol Arias, Ana Duato, su marido, productor del engendro, y otros veintitantos acusados más se hallan inmersos en un fraude de varios millones de euros por el que la Fiscalía les pide pena de cárcel y que, en el caso de Arias, de momento se ha saldado con un pacto de conformidad que evitará su entrada en prisión. A veces la ficción y la realidad se mezclan de tal manera que no hay forma de distinguirlas, igual que le ocurrió a Charlie Sheen con Dos hombres y medio, que lo expulsaron de la teleserie por parecerse demasiado a su personaje. Es una suerte que jueces y fiscales no instruyan sobre estética, porque entonces al elenco y al equipo técnico de Cuéntame no lo salva ni Perry Mason.

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