Punto de Fisión

Oasis a la gresca

Oasis a la gresca
El cantante Liam Gallagher, uno de los miembros de Oasis, durante una actuación en 2023 - EP

Reconozco que nunca he entendido el éxito mundial de Oasis, más o menos por las mismas razones que nunca entenderé el prestigio de Julio Iglesias, el de Pedro Almodóvar o el de Hakuri Murakami. Lo de Oasis, en cambio, era más divertido. En aquellos tiempos en que la prensa comentaba cada cierto tiempo las peleas entre los hermanos Gallagher como los asaltos de un combate de boxeo pactado a varias décadas, llegué a pensar si no se trataría de una pareja de imbéciles con demasiado tiempo libre. Hace poco vi el documental Oasis: Supersonic, centrado en las desavenencias, las pullas y las trifulcas de Noel y Liam, y tuve que confesar que me había equivocado.

En efecto, la mejor descripción de los Gallagher que se me ocurre está profetizada en un pasaje de Woody Allen sobre la obra de un oscuro poeta irlandés que, en cierta ocasión, habla de los Beamish: "Dos hermanos subnormales que intentaron ir de Belfast a Escocia echándose mutuamente al correo". Allen acertó incluso al bautizar a uno de ellos: Liam. Si hubiese acertado también con Noel, habría escrito un reportaje con medio siglo de antelación, no una profecía. Sin embargo, aunque hubieran disfrutado mucho incrustándose uno a otro dentro de un sobre y manejando el matasellos, he de reconocer que los Gallagher llegaron mucho más lejos que los Beamish.

En el documental de Mat Whitecross, una de las primeras referencias que se hacen es a la enemistad bíblica entre Caín y Abel, un ejemplo no muy eficaz ya que ni Liam ni Noel escogieron el papel de Abel, mientras que el de Caín se lo disputaban a hostias, cambiando la quijada de asno por una pandereta o una guitarra, según quien llevara la voz cantante. El asesinato, de momento, todavía no ha sucedido, aunque no será por falta de ganas, y supongo que muchos de los fans que acudirán a la gira de reconciliación de Oasis el próximo año, pagarán encantados el precio de la entrada sólo por la esperanza de ver si se matan de una vez en vivo y en directo.

Hay unas cuantas bandas de rock que permanecen en estado de hibernación, con sus miembros ya seniles o a punto de diñarla, y cuyos admiradores sueñan con un espectáculo de última hora para ajustar cuentas con el pasado. Casi treinta años después de su disolución, el 10 de diciembre de 2007, Led Zeppelin volvió a reunirse en un concierto benéfico en memoria del fundador de Atlantic Records, contando con Jason Bonham a la batería, hijo del mítico John Bonham. Claro que no hay muchas formas de mencionar en el mismo párrafo la resurrección de Led Zeppelin y la de Oasis, salvo inventarse, por ejemplo, que en unas excavaciones en Siberia los paleontólogos han descubierto el esqueleto parcial de un brontosaurio y una gota de ámbar fósil con un escarabajo pelotero dentro.

A comienzos de milenio Oasis era el grupo más importante del mundo en cuanto a número de álbumes vendidos, y en el documental Noel Gallagher lo repite tantas veces que seguramente llegó a creerse que la música tenía algo que ver en el asunto. Lo triste es que sonaban como unos Beatles comprados en un chino, unos Beatles con letras de saldo y estribillos de mierda, componiendo después de muertos y montando el pollo sin necesidad de una japonesa. Es bastante habitual que dos hermanos se peleen durante la niñez, aunque no tanto que prolonguen el odio más allá de la adolescencia y que lo mantengan intacto en el seno de una banda que los hizo millonarios y mundialmente famosos. Los Gallagher todavía no han alcanzado a comprender que hasta el nombre de Oasis era una estafa.

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