Punto de Fisión

Austria, Le Pen y otros nazis de buen ver

Austria, Le Pen y otros nazis de buen ver
Herbert Kickl, líder ultraderechista del partido austriaco FPOe, después de ser reelegido líder durante el Congreso Ordinario del Partido Federal. Foto: Helmut Fohringer/APA/dpa

No recuerdo donde leí eso de que no es que la Historia se repita, sino que los historiadores se copian unos a otros. Si esto es así, últimamente los historiadores de moda han debido darse un atracón de alubias con chorizo, porque, la verdad, se repiten muchísimo. La reciente victoria de Herbert Kickl, líder del FPÖ en Austria, tiene un eco siniestro con la de Hitler en las elecciones federales de 1933, un amargo y sanguinario triunfo de la democracia que casi nadie quiere recordar por razones obvias. Al tío Adolf, el mayor genocida de la humanidad, lo tenemos catalogado como dictador, olvidando que llegó al poder gracias a unas elecciones democráticas, en un país trufado de institutos, universidades y laboratorios, aupado por un electorado al que se puede calificar de cualquier cosa excepto de inculto.

Los parecidos se diluyen un poco al examinar la situación al detalle: el incendio del Reichstag, del que se acusó falsamente a los comunistas, el miedo a una guerra civil y la ceguera del mariscal Hindenburg. Sin embargo, al igual que el FPÖ, los nazis de 1933 no consiguieron la mayoría absoluta y tuvieron que contar con el apoyo del Zentrum, liderado por el sacerdote católico Ludwig Kaas. Pese a su victoria en las urnas, de momento nadie quiere un gobierno presidido por Kickl, ni los liberales, ni los socialdemócratas, aunque los populares del OVP, con el actual canciller Karl Nehammer al frente, ya se lo están pensando. A ver, son populares por algo. En cuestiones históricas, nadie dijo que el presente sea un calco exacto del pasado, sino que la Historia se repite. En este caso, Austria repite el circo siniestro de Alemania en 1933 hasta el punto de que Kickl insiste en ser nombrado Volksanzer, "canciller del pueblo", un palabro que apesta a nazismo por los cuatro costados.
Con los cambalaches entre Austria y Alemania (donde, por cierto, también la ultraderecha sube como la espuma) hay que andarse con mucho cuidado. Billy Wilder, uno de los más grandes genios que Austria ha dado al mundo, dijo que el suyo era un pueblo brillante: "Hicieron creer al mundo que Beethoven era austriaco y Hitler alemán". Pese a que buena parte de su familia, como dijo alguna vez, salió por una chimenea de Auschwitz, y que él mismo era otro judío que escapó por los pelos, Wilder no tuvo problemas en bromear en sus películas con la frivolidad, la desmemoria y la indecencia de quienes en su día secundaron la barbarie nazi. El disciplinado secretario de McNamara en Uno, dos, tres, empieza asegurando que durante la guerra él no se enteró de nada porque estaba en el subterráneo y acaba reconociendo que se apuntó en las SS, sí, pero que trabajaba de repostero. "Además", dice entre taconazo y taconazo, "era un malísimo repostero".
A los nazis no les gusta nada que los tachen de nazis y a menudo establecen una descacharrante filiación ideológica entre nazismo y socialismo gracias a la curiosa denominación "nacionalsocialismo" con la que Hitler y los suyos arramblaron con el voto de los obreros despistados. Se trata de una extrapolación de lo más ocurrente, como si la UCD fuese realmente un partido de centro y no de franquistas reciclados; los anarcocapitalistas, anarquistas; o El Corte Inglés, inglés. Uno de los neonazis más ilustres del continente europeo, el francés Jean-Marie Le Pen, se acaba de librar del juicio por financiación ilegal de su partido gracias a su avanzada edad y al certificado médico que prueba su deterioro cognitivo, a pesar de un video reciente en el que recibe el homenaje de la banda de rock neonazi Match Retour.
La decisión puede sentar un extraño precedente jurídico si los magistrados deciden que, en efecto, el nazismo no es más que una enfermedad mental. Pero, hoy día, los auténticos nazis, los nazis pata negra, se atreven a asegurar que el nacionalsocialismo es cosa de comunistas, etarras y bolivarianos, aun ondeando con orgullo el brazo en alto, la cruz gamada y la bandera con el pollo. Estamos a dos telediarios de repetir el siglo XX con unas cuantas pequeñas diferencias: la más curiosa, quizá, que los más nazis de todos marchan bajo la bandera de Israel.

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