Del consejo editorial

Proliferación nuclear

Los recientes posicionamientos de Obama en las Naciones Unidas, el discurso ante la Asamblea General, su gesto de presidir el Consejo de Seguridad y la presentación ante este organismo de una resolución, la 1887, a favor del desarme y en contra de la proliferación nuclear, han escenificado la vuelta al multilateralismo de Estados Unidos y el reconocimiento de la autoridad y legitimidad de una organización que fue despreciada por su predecesor con nefastas consecuencias para la paz y la seguridad internacional. El giro de la política estadounidense, al retomar sus compromisos con las Naciones Unidas, saldar sus deudas con esta institución y apostar por la diplomacia y el diálogo, es un punto de inflexión que afianza las expectativas de cambio suscitadas por el nuevo presidente.

La revelación de la existencia de una nueva instalación nuclear en Irán ha aguado la fiesta de la aprobación unánime de la resolución 1887, pensada y dirigida a reforzar el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Aunque es posible argumentar, como hace Irán, que todas sus plantas de enriquecimiento de Uranio son para la obtención de material fisil para producir energía eléctrica, el secreto mantenido hasta ahora sobre la última pone en evidencia una voluntad de escapar a las inspecciones encaminadas a certificar que se cumplen las salvaguardas del TNP.

En el fondo, la actitud de Irán muestra el deterioro de la credibilidad del régimen de no proliferación. Lograr un mundo libre de armas nucleares, uno de los objetivos enfatizados por Obama, no va a ser tarea fácil.

Según el TNP –asentado en tres pilares que son el desarme, la no proliferación y el derecho al uso pacífico de la energía nuclear–, a los países poseedores del arma nuclear les corresponde dar pasos hacia el desarme y al resto renunciar a obtener la bomba a cambio de recibir apoyo para los usos nucleares pacíficos. Pues bien, ha sido el doble rasero utilizado ante los programas nucleares de unos países u otros y el incumplimiento sistemático de las obligaciones que, según el TNP, corresponden a las cinco potencias nucleares, a saber, dar pasos para desarmarse, lo que en lugar de frenar ha alentado la proliferación nuclear. ¿Cómo se puede convencer a un país de que renuncie a poseer la bomba nuclear cuando, pese a ser una amenaza para la supervivencia colectiva, es el icono máximo del poder en todos los terrenos, empezando por el militar y estrechamente ligado al económico y político?

Pero es en el interior donde Obama tiene las dificultades más arduas. Todavía no está claro que el Senado vaya a aprobar la ratificación del tratado que prohíbe los test nucleares, un puntal decisivo para la no proliferación. Eliminar el rol central de las armas nucleares en la estrategia de seguridad nacional, deslegitimar su posesión y desarmarse atenta contra los intereses de un poderoso complejo militar industrial y también de los laboratorios dedicados a la investigación sobre armas nucleares. Los unos afilan sus lobbies; los otros, al ver peligrar sus fondos, hacen campaña por la modernización de los arsenales.

Carmen Magallón
Doctora en Físicas y directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz

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