Del consejo editorial

Mujer y ciencia

MIGUEL ÁNGEL QUINTANILLA FISAC

Dora Russell (1894-1986) fue más conocida por ser la esposa del lógico y filósofo Bertrand Russell que por ser una brillante intelectual, educadora y activista del feminismo. Cuando, muy joven aún, escribió su alegato en favor de la liberación de la mujer a través del conocimiento y de la educación, le puso a su obra (editada en castellano por KRK Ediciones, de Oviedo) el título de Hipatia: Mujer y conocimiento, en honor a la famosa científica alejandrina que murió a principios del siglo V, apedreada y despedazada por cristianos fanáticos. Han pasado casi 100 años y el alegato de Dora Russell sigue haciéndonos vibrar de emoción con su defensa radical de la igualdad, su reivindicación de la libertad sexual y de la importancia de la educación y del conocimiento, y por su rechazo de la visión patriarcal y conservadora del mundo.

La labor de Dora Russell y de tantas otras feministas de izquierdas, que lucharon por la igualdad de derechos (en Inglaterra las mujeres no pudieron acceder con plenos derechos a la enseñanza universitaria hasta después de la Segunda Guerra Mundial) ha ido dando sus frutos. En muchos países hay ya más mujeres estudiantes universitarias que hombres y, poco a poco, la igualdad se va imponiendo en niveles superiores de la carrera académica (doctorado, profesorado, etc.). Existe aún, sin embargo, ese "techo de cristal" contra el que la mayoría de mujeres que se dedican a la investigación científica terminan estrellándose en algún momento de su carrera.

Cuanto más arriba en la carrera científica, más evidente es la desigualdad entre hombres y mujeres y más difícil les resulta a ellas lograr un reconocimiento acorde con sus méritos objetivos.

La buena noticia es que hay síntomas de que las cosas van cambiando. Este año han sido cinco las mujeres que han recibido un premio Nobel (en más de 100 años sólo ha habido 41 premios Nobel que han recaído en mujeres). En España hay cada vez más mujeres haciendo el doctorado, y son cada vez más numerosas las que se sitúan en la primera línea de la carrera científica (como Margarita Salas o María Teresa Mira, por citar dos ejemplos), sin olvidar que las máximas responsables de la política científica del país, durante los últimos años (los mejores para el crecimiento de la ciencia en España, en muchas décadas), han sido tres mujeres (María Jesús San Segundo, Mercedes Cabrera y Cristina Garmendia). Muchos expertos interpretan esto como el resultado final de una apuesta política decidida por ir eliminando las barreras y prejuicios que han servido durante siglos para coartar las posibilidades de desarrollo autónomo e intelectual de las mujeres.

Pero ahora corremos el riesgo de pasar por alto, una vez más, que también deben haber tenido bastante mérito las propias mujeres científicas que han ido abriendo camino por su cuenta. Para todas ellas Hipatia puede ser un símbolo y un emblema. Alejandro Amenábar nos lo ha recordado con una preciosa e insólita película de romanos, protagonizada por una mártir atea dedicada a la ciencia y encarnada en una mujer no sólo sabia y tenaz, en la búsqueda del conocimiento y de la integridad moral, sino además bella y libre: Hipatia de Alejandría, una de las más grandes entre las astrónomas y astrónomos de todos los tiempos.

Miguel Ángel Quintanilla Fisac es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia

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