Del consejo editorial

España y los toros

MIGUEL ÁNGEL QUINTANILLA FISAC

Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia

A lo largo de los siglos las corridas de toros, en sus diversas modalidades y estadios de desarrollo, han sido objeto de polémicas intermitentes con distintos niveles de acritud. Larra, en su célebre artículo contra la fiesta ("Corridas de toros": http://www.cervantesvirtual.com), nos recuerda cómo ha evolucionado la tauromaquia en España, a partir, parece ser, de tradiciones "moras" y siempre vinculada a los avatares de la política. En un tiempo fueron divertimento de caballeros ociosos, después festín indigno para el populacho. Hubo reyes, tan poco sospechosos de antiespañolismo como Felipe II, que prohibieron las corridas y otros que las practicaron. Hubo papas que las condenaron con penas de excomunión, y otros que las toleraron siempre que no se celebraran en domingo y que permitieran recaudar fondos para fines piadosos. Y por lo que el propio Larra cuenta, la evolución de la fiesta, hasta el momento en que él escribía (1828), no parece haber sido un ejemplo de refinamiento de la sensibilidad estética ni de la moral cívica.

Conviene recordar todo esto a quienes reclaman para los toros las credenciales de una respetable tradición milenaria, o a los que la asocian con la identidad nacional de España (o de la parte no catalana de este país). En España (en toda o en parte) siempre ha habido críticos de la fiesta, lo mismo que ha habido entusiastas.
Si algo nuevo hay en el movimiento antitaurino actual es que las razones y argumentos en los que se basa tienen más que ver con una nueva sensibilidad acerca de la naturaleza de los animales y del respeto que les debemos que con posiciones meramente políticas o ideológicas sobre la identidad de España, la naturaleza del progreso o las virtudes de la civilización cristiana. El nuevo argumento de los antitaurinos es muy simple y por eso mismo, incontestable: no hay que maltratar a los toros porque eso les hace sufrir.
Es posible que alguien piense todavía que el sufrimiento es una categoría moral, sólo aplicable a animales dotados de autoconciencia. Pero esto es un error científico, disculpable quizá hace un siglo, pero no hoy (véase, si no, Vivan los animales, de Jesús Mosterín). Superado el error, ¿qué argumento se puede dar para justificar la tortura de un animal? Lástima que este asunto tan delicado e importante se haya visto eclipsado por la torpe e hipócrita utilización del tema de los toros en la política nacionalista catalana y española.

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