Desde lejos

Decir la verdad

Qué duda cabe de que vivimos momentos complicados. Y no me refiero sólo a lo económico. Aludo en concreto a lo difícil que es mantener el pensamiento libre y la voz limpia en medio del guirigay general. Este es un país al que le gusta mucho el absolutismo en las ideas. Aquí te exigen definirte con inamovible rotundidad. No sólo ideológicamente, sino partidariamente: aquí apoyas a un partido o al contrario. Y todos sabemos de qué partidos hablo. Difícilmente se admiten otras opciones. Y, desde luego, lo que no se admite en absoluto es que, una vez posicionado, uno disienta de "los suyos".

Los que tenemos el privilegio y la responsabilidad de expresar nuestra opinión a través de los medios, lo sabemos bien: es mucha la gente que nos exige que nuestros discursos sean monolíticos. Decir algo que no sea lo adecuado dentro del bloque al cual se supone que pertenecemos nos cuesta enemigos y hasta insultos. Si eres de izquierdas y criticas al Gobierno, por ejemplo, resulta que le estás haciendo el juego a la derecha. Y viceversa.
Y así no vamos a ningún sitio. Nada ni nadie es indiscutible. Y al poder, por muy "de los nuestros" que sea, hay que mantenerlo siempre bajo vigilancia. Así que, aunque me cause problemas, suelo decir la verdad: creo que es mi deber. Y hoy insisto en ello: no saben cuánto lamento la alegría con la que muchos celebran la firma de ese pacto social que contiene en lo referente a las pensiones el comienzo de la disolución de nuestro inmaduro Estado del bienestar. Será necesario, no lo sé, pero desde luego es lamentable. Y ante algo así, sonrisas y palabras triunfalistas sobran.

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