Desde lejos

Lo irracional

Lo digo abiertamente: soy partidaria de la eutanasia. Creo que en esta existencia controlamos pocas cosas, menos de las que pensamos. Muchas de las que más nos afectan –para bien o para mal– son producto del azar y de la suerte: el dolor casi siempre nos llega inesperadamente, sin que hayamos hecho nada para merecerlo, y a menudo la alegría también. Pero deberíamos tener derecho al menos a controlar las condiciones y el tiempo de nuestra muerte cuando la vida no nos ofrezca más oportunidades que el sufrimiento.

Entiendo que es un tema espinoso. Intervienen en él factores irracionales, como las creencias religiosas y el miedo. El miedo ancestral a la propia muerte, por supuesto, pero también el temor difuso a vernos quitados de en medio cuando resultemos demasiado incómodos. Sin embargo, en los países donde la eutanasia está legalizada –Holanda, Bélgica y, en cierta medida, Suiza–, las leyes exigen un control exhaustivo por parte de comités médicos que garantizan la limpieza total de esa decisión.
En su programa electoral de 2004, el PSOE había incluido el debate sobre este asunto. Promesa incumplida, como tantas otras. El Gobierno se ha limitado a preparar una futura Ley de Cuidados Paliativos, sin duda importantísima, pero no definitiva para quienes queremos que la reflexión se extienda más allá. Esta misma semana, el Grupo Socialista en el Congreso ha presentado una enmienda sobre esa ley que da por excluida la posibilidad de profundizar en el debate, impidiendo de nuevo que la palabra eutanasia sea ni siquiera pronunciada en el foro legislativo. Lo irracional vuelve a triunfar. ¿Hasta cuándo?

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