Desde lejos

La escena

Me imagino la escena. Suena el teléfono. La traductora carraspea. El presidente Aznar se atusa el bigote antes de descolgar: "Hello?". "Hola, amigo", suena la voz algo metálica de Bush. Aznar lanza una breve carcajada ante ese saludo cómplice: "How are you?". En los primeros minutos intercambian cortesías, se preguntan por las familias y por sus logros deportivos. La traductora hace su trabajo con rapidez, atenta a la llegada del momento trascendente, que llegará. Y llega. Después de las risas, Bush se pone serio allá lejos, en su sillón del despacho oval. El presidente español se estira, alzándose sobre sí mismo. "Escucha, amigo –la voz suena ahora más grave–, necesito tu colaboración". "Siempre a tu disposición, ya lo sabes", responde un Aznar ligeramente tembloroso, conmovido por la confianza que le demuestra el Más Grande. "Estamos trasladando a unos cuantos hijos de puta terroristas desde Oriente hasta aquí. Sin Convención de Ginebra, ya sabes. Esta guerra es lo que es. Necesito que me asegures que no habrá ningún problema para sobrevolar tu espacio y aterrizar en mis bases si hace falta". La traductora siente un estremecimiento rápidamente controlado. Aznar pestañea varias veces seguidas. Sin Convención de Ginebra. Lo ha oído bien. Está a punto de pararse a pensar en las posibles torturas, en los inocentes detenidos, en la falta de garantías jurídicas. Pero la voz de Bush interrumpe su amago de reflexión: "Eh, amigo, ¿puedo contar contigo?". "Por supuesto. Siempre", responde el ex presidente mientras recuerda la amplia sonrisa bonachona de su colega.

Un reciente estudio afirma que somos más felices cuando nos rodeamos de amigos alegres. ¿Se contagiará también, me pregunto, lo de ser uno de los peores gobernantes que se recordará en la Historia?

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