Desde lejos

Una nueva arquitectura

Hace mucho que los arquitectos se vendieron al capital. En realidad, la arquitectura moderna surgió ligada a aquellos que poseían el dinero y el poder: la Iglesia, la monarquía y la nobleza fueron durante siglos su única clientela. Luego, en el XIX y el XX, fueron la alta burguesía, las grandes empresas y los Gobiernos de medio mundo quienes activaron un mercado basado en la especulación del suelo y en los grandes logros técnicos, pero que apenas tuvo en cuenta las necesidades humanas ni, desde luego, elementos como el paisaje o la preservación del medio ambiente. La inmensa mayoría de los arquitectos se plegaron a las exigencias y la indiferencia ética de sus clientes.
Sólo en las primeras décadas del siglo XX se produjo un interesante fenómeno de compromiso de muchos de ellos con la realidad social. Fueron los años de la Bauhaus, de Le Corbusier o Alvar Aalto, preocupados por rediseñar las ciudades en beneficio de sus usuarios, por edificar nuevas viviendas dignas para las clases humildes.

Pero ese tiempo pasó pronto y, en los últimos años, los arquitectos han estado más al servicio que nunca del dinero y el poder. Ahí están casi todas las estrellas del firmamento arquitectónico, levantando edificios insostenibles, a menudo en países francamente sospechosos.
Por fortuna, los jóvenes arquitectos parecen estar saliendo de ese egocentrismo y se juegan el prestigio en proyectos que tienen en cuenta el medio ambiente y las necesidades de las poblaciones más desfavorecidas. La revista inglesa Architectural Review acaba de premiar a dos españoles, Emiliano López y Mónica Rivera, por su soprendente hotel Aire, hecho con materiales reciclados, en las Bardenas Reales. Ojalá que su imaginación y su compromiso sean una puerta hacia el futuro.

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