Dominio público

Sobre los dilemas del crecimiento

Mateo Aguado

Investigador del Laboratorio de Socio-Ecosistemas de la Universidad Autónoma de Madrid

Mateo Aguado
Investigador del Laboratorio de Socio-Ecosistemas de la Universidad Autónoma de Madrid

El escritor y filósofo Augusto Klappenbach publicó el pasado 9 de julio un artículo en el blog Dominio Público titulado Perplejidades sobre el crecimiento que me gustaría comentar, tratando de sugerir respuestas a algunas de las muchas preguntas y dudas que en él se plantean.

Klappenbach presenta en su escrito una aproximación a la "contradicción" que, según él, existe entre "la necesidad de recuperar el crecimiento de la economía y la necesidad de un decrecimiento global para mantener el equilibrio del planeta". El autor contrapone así dos ideas básicas: 1ª) que el crecimiento económico es, a largo plazo, una fuente de insostenibilidad ecológica (pues induce —a través del sistema capitalista y de su devoción por el consumo constante— a una tremenda presión sobre la biosfera); y 2ª) que el crecimiento económico es, a su vez, una herramienta para luchar contra la pobreza y la miseria (en busca, se entiende, de que todos logremos alcanzar una vida digna).

Este "dilema" aparece bien reflejado cuando Klappenbach sugiere lo siguiente: "Si se pretende alimentar a los 850 millones de personas que pasan hambre, construir viviendas para quienes no la tienen, educar a los cientos de millones de analfabetos, asegurar asistencia médica a quienes carecen de ella y atender a la discapacidad, hará falta construir edificios, utilizar tractores, camiones, trenes, ordenadores, laboratorios, etc. con la enorme utilización de recursos, de gasto de energía y emisiones contaminantes que ello implica". Y continúa con la siguiente pregunta: "¿Es posible satisfacer las necesidades elementales de miles de millones de personas sin proseguir con la destrucción de los recursos naturales y la contaminación del medio ambiente?".

Desde mi punto de vista hay dos cuestiones fundamentales que deben sopesarse adecuadamente para abordar correctamente este asunto —aparentemente— contradictorio. La primera de ellas es la cuestión de la "escala". La segunda la del "reparto".

Respecto a la primera cuestión cabe mencionar que las dos ideas contrapuestas por el autor respecto al crecimiento (recordemos: crecimiento como fuente de insostenibilidad global versus crecimiento como herramienta frente a la pobreza) no tienen en realidad por qué ser enfocadas como contradictorias, pues actúan a diferentes escalas espacio-temporales: mientras que el crecimiento de la economía supone —efectivamente— una seria amenaza para la sostenibilidad del planeta cuando se produce a escala global y de forma continuada, no debería significar ninguna amenaza grave para la biosfera cuando tiene lugar a una escala menor (local o regional) y durante un periodo corto y determinado de tiempo (se entiende, el necesario para que su población salga de situaciones indeseadas de hambruna, pobreza o miseria alcanzando una vida digna).

Sin embargo, tal y como Klappenbach aborda este asunto pareciera que nos encontramos abocados a un callejón sin salida. O aceptamos el deterioro ecológico del planeta o aceptamos que exista la miseria social en ciertas regiones del mundo. Y aquí es donde cobra fuerza la segunda cuestión clave: la cuestión del "reparto". O dicho de otra forma, la cuestión de que algunos deberían aprender a vivir bien con menos para que todos podamos —simplemente— vivir con dignidad. Se trataría, en último término, de una especie de confluencia social entre pueblos y naciones amparada en el concepto supremo de justicia y que bajo ninguna circunstancia debería sobrepasar, a nivel global, los límites biofísicos que el planeta nos impone.

De esta manera, la verdadera salida al complejo trinomio crecimiento-sostenibilidad-justicia pasa en el fondo por que las naciones más ricas y opulentas decrezcan de un modo contundente en aras de disminuir nuestra presión global sobre la biosfera y en aras, también, de que las naciones más desfavorecidas puedan avanzar hacia una vida buena y digna sin que ello signifique incurrir en insostenibilidad. Debemos comprender, como argumentaba Yayo Herrero el pasado año en una entrevista, que "si vivimos en un planeta con recursos naturales limitados, es evidente que el reparto de riqueza es la única forma de caminar hacia la justicia". A lo que habría que añadir que es también la única forma de avanzar hacia la sostenibilidad socio-ecológica.

Por lo tanto, las dos ideas que contrapone Klappenbach no son, según mi opinión, conceptos contrapuestos ni contradictorios, sino más bien todo lo contrario: son concepciones complementarias de lo que significa la sostenibilidad ecológica y la justicia social; son, al fin y al cabo, dos caras inseparables de una misma moneda.

Me gustaría terminar este artículo recomendando una lectura: el Manifiesto Ultima llamada; un valioso texto hecho público el pasado 7 de julio que cuenta con el apoyo de cerca de 250 científicos, académicos, intelectuales, activistas y políticos de toda España. Se trata de un llamamiento esencial a cambiar radicalmente nuestro modelo económico, energético, social y cultural para lograr mantenernos dignamente sobre un planeta justo y sano en los complejos albores del siglo XXI. Les animo a firmarlo.

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