Dominio público

Baltasares pintados

Antumi Toasijé

ANTUMI TOASIJÉ

01-04.jpgVarios vídeos que hoy en día pueden visualizarse en Internet bajo el título White doll, black doll o Black doll, white doll muestran el mismo experimento llevado a cabo en Estados Unidos con varias décadas de diferencia. En los vídeos más antiguos podemos ver referencias al estudio del matrimonio de psicólogos africano-norteamericanos Kenneth Clark y Mamie Clark, llevado a cabo entre los años 1939 y 1940 y filmado también en los cincuenta. En el mencionado experimento, se exhibe individualmente a niñas y niños negros de corta edad dos muñecos con aspecto de bebés, idénticos salvo por el hecho de que uno de ellos es negro y el otro blanco. El resultado muestra que la inmensa mayoría de los niños negros eligen a los muñecos blancos y desechan los negros. Cuando se les pregunta, los niños aseguran que los muñecos negros se les parecen más, pero que son "malos" o "feos". El horrible dato, contextualizado, hiere pero no hace sangrar: gracias al peritaje de los Clark, el Tribunal Supremo de Estados Unidos decidió en 1954 que las escuelas segregadas eran inconstitucionales. ¿Eran otros tiempos?

En 2006, una estudiante neoyorquina negra de 16 años rueda el documental A girl like me (Una chica como yo). La muchacha había aprendido en su entorno familiar a estimarse y sentirse orgullosa de ser negra y en el documental recoge una serie de testimonios que revelan los estereotipos estético-raciales y, sobre todo, los complejos de los propios africano-norteamericanos contra el pelo rizado, los rasgos africanos o la piel negra. En el filme se decide a repetir el mismo experimento que hubieran llevado a cabo los Clark. ¿El resultado? El horror: nada ha cambiado, las niñas y niños negros siguen prefiriendo los muñecos blancos, se siguen reconociendo en los muñecos negros y siguen diciendo que los muñecos negros son "malos" o "feos" y los blancos "hermosos". Tras la exhibición de Una chica como yo, varias cadenas de televisión decidieron repetir por su cuenta el experimento, con iguales resultados. ¿Qué estaba pasando en las mentes de esos pequeños para que se odiaran tanto a sí mismos? Tal vez parte de la respuesta la encontremos en la excelente película de Spike Lee Bamboozled, en la que un productor blanco de contenidos televisivos y un guionista negro en horas bajas deciden recrear los personajes propios del minstrel –precursor de los musicales norteamericanos–, en el que se representa a los negros como estúpidos, campechanos, graciosos, glotones tragones de sandías, vagos y ladrones, cantan y bailan grotescamente al estilo del viejo sur, tienen el rostro pintado con carbón y los labios embadurnados con carmín.

La imagen de las personas negras se ha ido perfilando principalmente representada por blancos cargados de prejuicios racistas. España no es una excepción. Con el tiempo, los conocidos Conguitos han ido cambiando su chocante e insultante fisonomía, pero otros productos siguen manteniéndola tercamente en pleno siglo XXI. Hace poco, La Cubana estrenaba el musical Cómeme el coco, negro, en cuyo cartel se ofrecía la agraviante imagen de uno de esos grotescos mal llamados "negritos" de labios rojos que todo el mundo conoce. Poco después, una popular publicación escribe con total desvergüenza acerca del disfraz de Halloween de la hija adoptiva de Angelina Jolie y Brad Pitt: "Me han vestido de Batman para no tener que limpiarme la cara de betún".

En este contexto, el Centro Panafricano lanza una campaña contra los Baltasares pintados. Cada año, millones de niños se agolpan alrededor de los recorridos de las cabalgatas en la víspera del Día de Reyes para ver llegar, con permiso del intruso Papá Noel, a los ídolos de la Navidad española. Ya se sabe que, inicialmente, la tradición de los Reyes Magos no especificaba las razas de los oferentes que representan la sumisión de las creencias paganas a Jesucristo. Con el correr del tiempo y, sobre todo, a partir del siglo XVI, se decidió que los magos serían tres y que uno de ellos sería negro. La figura de Baltasar recoge un mito común en la Europa medieval: en aquella época, la mayor parte del oro que pasaba al norte del Mediterráneo procedía del África negra. El emperador de Malí Mansa Musa se había ganado fama de generoso por sus regalos en oro durante su peregrinación a la Meca de 1324-1326. Así se fue configurando una bella tradición que, al margen de creencias religiosas, pone sin duda en una posición muy honrosa a las personas negras, porque una buena puesta en escena hace más que cien campañas institucionales contra el racismo. Sin embargo, también año tras año, toda una serie de individuos, a menudo concejales y personajes públicos, insisten en estropear el efecto positivo de Baltasar, presentándolos ridículamente embetunados y a veces con chillones labios rojos, como en la peor época del ministrel del profundo y racista sur.

Los niños no son tontos, saben que esto es una impostura, suelen huir de un Baltasar cuyos pringosos besos destiñen y manchan. Pero también se hacen preguntas. Los niños negros se preguntan: ¿por qué no podemos ser públicamente y orgullosamente negros, por qué nos tienen que representar como monstruos? Y los niños blancos se preguntan: ¿por qué los negros no pueden participar en las fiestas?

Integración no significa comer plátano frito con paella en ferias gastronómicas, sino que va más allá: es un esfuerzo colectivo por el reconocimiento y la visibilidad de la diversidad. La visibilidad de la existencia de los africano-descendientes que también cada día hacemos este país es una acción positiva que debe penetrar las psique de los niños negros y los niños blancos para que llegue el día en que elijan los muñecos en base a sus gustos personales y no en base a traumas inducidos por adultos absurdos y desfasados.

Antumi Toasijé es historiador Panafricanista. Director del Centro de Estudios Panafricanos

Ilustración de Javier Olivares

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