Dominio público

La nueva Casa Blanca

Antoni Gutiérrez-Rubí

ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ

01-20.jpgBarack Obama ha culminado su primer año de mandato. Parte de la opinión pública norteamericana cree que el cambio prometido llega con cuentagotas y sin el ritmo y la intensidad que debería. Las dificultades y la impaciencia se asoman con fuerza, la decepción acecha. Pero Obama confía tanto en las reformas políticas como en la capacidad transformadora de la ejemplaridad de sus propias acciones más personales. Sabe que la determinación de sus decisiones políticas tiene en sus propios gestos y sus palabras parte de su legitimidad y confianza. Cree que el cambio, para que sea profundo, debe ser progresivo, colectivo y, también, personal.

Su formación moral y su compromiso ético y político le han llevado a abrazar, en lo económico, a los pensadores y teóricos de la economía del comportamiento (Behavioural Economics), que trata de estudiar por qué los seres humanos tomamos en muchas ocasiones decisiones que tienen un fuerte componente emocional. Obama cree que cambiar los comportamientos cotidianos, por pequeños que sean, puede cambiar las grandes ecuaciones políticas. Piensa que cambiar los corazones de las personas es la llave para cambiar sus ideas.

Así, lentamente, y con una flexible paciencia y prudencia no exenta de firmeza y determinación constante, intenta cambiar la política norteamericana como ha cambiado la mismísima Casa Blanca en un proceso de deconstrucción y de reconstrucción fuertemente simbólico. Nuevos ambientes y funcionalidades como parte de un estudiado código de señales icónicas que muestran, a través de sus preferencias estéticas o artísticas, nuevas percepciones y concepciones del mundo, de la sociedad y del poder.

Obama, que vive también con su suegra, ha ido mucho más allá de la célebre de redecoración de Jacqueline Kennedy. Ha creado una nueva concepción de los 5.100 m² de la casa bajo la supervisión de Michelle Obama. Juntos han ido graduando lentamente cada cambio y transformándolo en un mensaje público y mediático de la mano del diseñador Michael Smith, amigo personal de la primera dama, quien afirmaba que "el estilo casual de su familia, su interés por recuperar el arte americano del siglo XX y el uso de marcas y productos de precio razonable son algunos de los requerimientos que me han pedido para hacerles sentir como en casa".

Se han rodeado de arte conceptual. Los Obama han pedido prestadas 47 obras de arte a cinco museos de Washington. Aunque la mayoría de las obras elegidas pertenecen a artistas contemporáneos y abstractos, entre ellos Mark Rothko y Jasper Jons, hay una cuidada elección multicultural que refleja la pluralidad de raíces de la nueva América con siete obras de artistas negros, entre las cuales destaca el trabajo de Glenn Ligon que con textos, neón y fotos, explora los temas de la política y de la raza. La prensa estadounidense señala que esta selección supone una revolución cultural silenciosa en la Casa Blanca, destacando –por la interpretación metafórica aplicada a la calma del presidente– la elección del cuadro "I Think I’ll..." del artista Ed Ruscha, que tiene como tema la indecisión y en el que pueden leerse frases como "puede que sí", "espera un minuto" o "pensándolo bien".

Pero los cambios más profundos, por imperceptibles que parezcan, se han producido en el despacho oval con fotografías familiares (de su boda, de sus hijas, de cuando lanzó su candidatura), nuevos cuadros y cuatro piezas de cerámica y arcilla procedentes del Museo Nacional del Indio Americano. También hay tres aparatos mecánicos prestados por el Museo Nacional de Historia, entre los que destaca un modelo del telégrafo de Samuel Morse de 1849. Han desaparecido los cuadros de paisajes de Texas de la época Bush, la platería decorativa y la cerámica china. Y en el famoso escritorio Resolute, en la Casa Blanca desde 1880, se ha adaptado por primera vez un lugar para el ordenador portátil, junto con todos los accesorios de su encriptada Blackberry. En la estantería destaca un cartel enmarcado del programa del acto de 1963 en Washington en el que Martin Luther King pronunció su famoso discurso "I have a dream" y su busto, que sustituye al de Winston Churchill, regalado por Tony Blair a George Bush, cambio que causó irritación en el Reino Unido. Para suavizar este conflicto decorativo, Obama, muy hábil, mantiene en su escritorio un portalápices regalo de Gordon Brown. "Este despacho le recuerda a uno lo que hay en juego, todas las esperanzas y sueños que dependen de lo que sucede en la Casa Blanca", expresó Obama en una reciente entrevista con Oprah Winfrey. El último detalle ha sido colocar un frutero lleno de manzanas, listas para morder. No faltan, tampoco, las golosinas M&M.

Los cambios han seguido la senda del símbolo, también fuera de las paredes de la mansión. En los jardines de la Casa Blanca se ha habilitado la casita de Bo, el perro de aguas portugués de sus hijas, Sasha y Malia, algunos juegos al aire libre y un huerto ecológico de 100 m² que Michelle creó, con 200 dólares de presupuesto, en una tarde con 25 escolares invitados a una merienda. En él se cultiva menta, ajo, anís, salvia, tomillo, orégano y romero, entre otras hierbas. Además se han sembrado lechugas, zanahorias, tomates, espinacas, cebollas, frambuesas y moras. Los vegetales cosechados serán usados en comedores populares y en los menús de la Casa Blanca.

La mansión cuenta con gimnasio, una pista de tenis, un circuito para correr, una piscina exterior y una bolera que será substituída próximamente por una nueva cancha de balancesto, como la de Zapatero en la Moncloa. El presidente Obama, gran amante y conocedor de este deporte, espera su turno para reformar la vieja y pequeña cancha actual. Seguirá con el cuentagotas. Cambios constantes y pequeños, para cambios profundos. Todo poco a poco, canasta a canasta, sumando punto a punto para ganar el partido.

Antoni Gutiérre-Rubí es asesor de comunicación

Ilustración de Iker Ayestaran

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