Dominio público

Euro, Trump y la Europa social

Luis Moreno

Profesor de Investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

Luis Moreno
Profesor de Investigación del Instituto de Políticas y Bienes Públicos (CSIC)

"Si vis pacem, para bellum" (Si quieres paz, prepara la guerra). Alude el célebre adagio a la estrategia de disuadir a los aviesos adversarios de cualquier eventual ataque preventivo, fortaleciendo las defensas ante tal escenario. Desde que Trump ha comenzado a firmar órdenes ejecutivas como nuevo presidente de los EEUU, y ha aumentado el tono de sus declaraciones, los europeos comienzan a tomar conciencia de que algo se mueve en las relaciones transatlánticas. Tan es así que la propia Eurocámara se ha manifestado contraria al nombramiento del potencial representante de la administración Trump. Ted Malloch es un conocido anti-UE que ha cuestionado abiertamente la moneda única, el euro.

Algunos políticos continentales se han sorprendido ahora de que Malloch pudiera ser finalmente nominado. Hubiera sido muy educativo para buena parte de ellos que hubiesen revisado algunas de sus ideas en su libro ‘Davos, Aspen & Yale: Mi vida detrás de la cortina de las élites como un sherpa global’ (Davos, Aspen & Yale: My Life Behind the Elite Curtain as a Global Sherpa, WND Books, Washington, D.C, 2016). En el texto Malloch se explaya sobre cómo su compromiso cristiano y su capital espiritual le han motivado a empresas de mayor empeño y alcance universal. No puede decirse de él que sea un parroquiano aislacionista.

Más allá del proteccionismo económico, y lejos de lo que algunos observadores han entendido como una retirada de EEUU del (des) orden mundial, la nueva pléyade de consejeros áulicos de Trump auspician simple y llanamente la ‘anglobalización’. No deberían malinterpretarse las apelaciones de Trump al proteccionismo contra el comercio y la economía mundiales. Tampoco sería apropiado interpretar el deseo del gobierno británico, tras el Brexit, de cerrar sus fronteras para preservar sus empleos domésticos como algo más que una estrategia de autointerés. No. En realidad a ambos países les interesa la globalización, siempre y cuando obtengan beneficios de ella.

El propio Malloch augura un final abrupto para el euro. Y eso tampoco es un discurso nuevo, aunque quizá sea más explícito respecto a las intenciones de estadounidenses y británicos respecto a la continuidad de la moneda única. Porque esas declaraciones actúan como armas eficaces en los mercados financieros. Recuérdese la propia crisis del euro durante 2010-12. Como segunda moneda más negociada internacionalmente, el euro estuvo en trace de ‘romperse’. Además de unos 330 millones de europeos de la denominada Eurozona, otros casi 200 millones de personas utilizaban entonces monedas ligadas al euro. La especulación mundial contra el euro fue analizada mediáticamente como resultado de las dificultades de las endeudadas economías de Irlanda, Portugal y Grecia, las cuales tuvieron que ser intervenidas, y el temor a un posible contagio que se extendiese a otros países como España, Italia, Bélgica o, incluso, Francia.

Fueron pocos, en cambio, los análisis que enfatizaron la incomodidad de EEUU y el Reino Unido, ahora paladines de la ‘anglobalización’, respecto al euro durante aquella crisis. Teniendo en cuenta que los grandes centros financieros mundiales se hallaban radicados --y siguen estándolo, geográfica y culturalmente-- en países anglosajones, con monedas locales en competencia con el euro (Wall Street y la City londinense), es implausible no conjeturar sobre la presión ejercida por los capitales en dólares estadounidenses y libras esterlinas dirigida desde aquellos centros financieros sobre la Eurozona. Ello ha contribuido a que algunos de sus países miembros más vulnerables a los efectos de la Gran Recesión hayan pagado un sobreprecio, en no poca medida a causa de las valoraciones de las agencias de rating radicadas junto a los centros financieros neoyorquino y londinense, a fin de financiar su deuda pública y la contraída por familias y privados.

Más allá de su significación monetaria, el euro cabe ser entendido como la respuesta institucional al ‘desafío americano’. En los años mozos del redactor de las presentes líneas, Jean-Jacques Servan-Schreiber (1924-2006) anticipó el peligro de subordinación que representaba la penetración ‘imparable’ de bienes, ideas y servicios desde Estado Unidos. El ensayista y político francés apuntaba a que el retraso europeo no era debido a una falta de capital humano, sino a una falta de adaptación a los modernos métodos de gestión, de equipamiento y de capacidad de investigación. Pero, sobre todo, criticaba la falta de unión y de acción conjunta europeas, y a los retos de las economías emergentes.

El euro es, por encima de otras consideraciones monetaristas, una apuesta tangible por la viabilidad del proyecto político europeo. En la articulación de un modelo alternativo a la individualización re-mercantilizadora anglo-norteamericana y a la aplicación de un ‘neo-esclavismo’ en economías de gran proyección como la china o la india, la acción ‘soberana’ e individualizada de los estados europeos está condenada al fracaso por su incapacidad para condicionar por si misma a los mercados financieros. Más bien son estos últimos lo que han impuesto el modo, el ritmo y los alcances de las actuaciones económicas de los Estados europeos. Incluso aquellos países centrales europeos más capaces de articular estrategias ‘independientes’ (Alemania, Francia o Italia), hace tiempo que certificaron amargamente su impotencia para implementar por si solos opciones descoordinadas con el resto de sus socios continentales.

Podrá argüirse que en la guerra económica que se avecina, prevalecerá la ‘ley del más fuerte’, algo que una mayoría (muy estrecha, si acaso) de estadounidenses y británicos piensa que está de su parte. La ‘anglobalización’ ya ha comenzado a acosar sin tapujos al euro y con ello al propio Modelo Social Europeo. La generación de valor añadido en sus sistemas productivos y el fortalecimiento de la cohesión social permanecen como los grandes retos para relanzar su proyecto de unión política. Pero, por encima de cualquier otra consideración, lo que se ventila ahora es la pervivencia del Estado del Bienestar, una invención europea al fin y al cabo. Y en esa tarea de autodefensa el euro es muy importante. Las escaramuzas bélicas contra el welfare europeo provenientes desde el exterior, junto a sus dificultades internas y al ascenso del populismo parafascista, son de un calibre tal que deberían acelerar el proceso de Europeización de manera efectiva. Nuestro modelo social está en juego, no se olvide.

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