Desde hace varios años analizo cómo se recuerda en las redes sociales a las Trece Rosas, las 13 mujeres que fueron fusiladas por el régimen de Franco el 5 de agosto de 1939 contra la tapia del Cementerio del Este en Madrid. Estas mujeres, la mayoría menores de edad y pertenecientes a las Juventudes Socialistas Unificadas, fueron detenidas y condenadas a muerte por un Consejo de Guerra junto a 43 compañeros, como represalia por el asesinato, atribuido a miembros de las JSU, de Eugenio Gabaldón, Guardia Civil responsable del Archivo de Masonería y Comunismo.
Cada 5 de agosto se celebra un homenaje en su honor en esa tapia, donde fueron fusiladas las más de 3.000 víctimas madrileñas, y que en la actualidad es uno de los Lugares de Memoria más significativos de Madrid gracias al movimiento memorialista.
Y cada año, cargos públicos, responsables de partidos políticos, periodistas, actores comprometidos o asociaciones de Memoria, nombran a las Trece Rosas en las redes sociales, como un ejercicio hermoso que cumple con las últimas palabras que dejó escritas una de ellas, Julia Conesa, en una carta la noche anterior a su fusilamiento: "que mi nombre no se borre en la historia".
Perfiles en redes sociales con miles de seguidores, cuentas con una potencia tremenda para visibilizar a las mujeres en la Historia, de sensibilizar sobre la necesidad de ejercer una Memoria colectiva para que esas mujeres obtengan el reconocimiento que merecen, usan el fotograma de la película Las 13 rosas, de Emilio Martínez-Lázaro (2007), con la frase "que su nombre no se borre de la historia".
Las nombran pero reemplazan a mujeres reales con la imagen de actrices bellas, una lógica que me recuerda una charla que tuve hace poco con el historiador Gonzalo Berger, quien me contaba cómo la izquierda durante la Guerra Civil usaba imágenes de milicianas jóvenes, bellas y solteras como reclamo para que los hombres se alistaran para luchar en el frente. Mujeres idealizadas frente a la mujer real que luchó en primera línea, dejando el hogar, los hijos o sus trabajos para combatir el fascismo.
El contenido bajo la etiqueta #13Rosas es un caso paradigmático de cómo Twitter es una herramienta clave para poder llegar a los más jóvenes con las verdades que fueron borradas de sus libros de texto, y un buen ejemplo para analizar cómo se recupera la Memoria de las mujeres y qué se transmite. Imaginad que para recordar a Salvador Puig Antich usáramos una imagen del actor Daniel Brühl interpretando a Salvador en la película homónima de Manuel Huerga. Las reacciones serían propias de alguien que se siente estafado, un chiste, la banalización de tantos hombres como Salvador que fueron asesinados por luchar contra el fascismo.
Quienes trabajamos por garantizar el derecho cívico a la Memoria, para dar respuesta a las nuevas interrogantes que nos plantea el presente, debemos considerar una Memoria feminista, para honrar a las mujeres que nos precedieron, para visibilizar a las mujeres en la Historia y en la vida pública de la que fuimos discriminadas, para que las niñas y jóvenes del futuro tengan referentes de mujeres que lucharon por la democracia. Por eso tenemos la responsabilidad de recordar además su identidad política: el franquismo mató a las Trece Rosas, pero estaba castigando a todas las mujeres, nosotras recuperamos su memoria para ubicarnos en el lugar de la Historia que nos corresponde, como sujetos políticos y no únicamente como víctimas.
Para ello es condición necesaria recordar las verdaderas identidades de estas mujeres, no reemplazarlas con actrices, porque las Trece Rosas fueron reales, no fueron ficción. Desde hace varios años, cada 5 de Agosto he debatido sobre esto en redes sociales, confrontando con el argumento del valor que tiene el cine para visibilizarlas. Efectivamente, la ficción tiene el poder de generar conciencia de forma más potente que la realidad a veces, pero ese es otro tema.
Recordamos desde el presente, por eso la memoria no solo está vinculada al pasado sino a la convivencia cotidiana de ese presente: la lucha de las mujeres en la Memoria nos habla de las violencias y discriminaciones que hemos sufrido históricamente, ayer y hoy.
La antropóloga Laura Martín-Chiappe, en sus charlas sobre las representaciones a partir de las exhumaciones de fosas comunes de mujeres, cuenta el ejemplo de unas placas conmemorativas adornadas con corazones. Aquellas mujeres, que habían muerto por cuestiones políticas, no son recordadas por los valores que construyeron su identidad, sus características reales, sino con un símbolo propio de esa identidad asignada a las mujeres como vírgenes, esposas o madres. Una construcción simbólica que perpetúa el rol tradicional femenino de cuidadoras, que se extiende por generalización al amor a las personas y a la predisposición para la atención, características de la feminidad que son patriarcalmente asignadas como atributos naturales e históricos.
La recuperación de una Memoria con una mirada feminista es clave para no perpetuar el lugar de subordinación y dependencia que históricamente se nos ha dado, sino como sujetos políticos con pleno derecho a ocupar el espacio público y gritar que las calles también son nuestras.
Muchas mujeres que trabajamos por una Memoria plural, inclusiva y feminista rechazamos corazones en las placas para recordar a las mujeres que están en fosas por cuestiones ideológicas y me atrevo a hablar en nombre de mis compañeras: no queremos ser reemplazadas por mujeres bellas, preferimos reflejarnos en mujeres reales.
Mujeres reales como Isabel Montes Castro, nacida en Madrid en 1921, amiga y compañera de Virtudes González, una de las Trece Rosas, en la célula de las Juventudes Socialistas Unificadas. Tuve la fortuna de conocer a Isabel en Junio a través de Jóvenes y Memoria, proyecto que comparto con Vanesa Viloria sobre la transmisión de la Memoria intergeneracional. A sus 97 años, Isabel es Memoria viva de la II República, la Guerra y la posguerra en Madrid, y ejemplo de la vida de esas mujeres que se organizaron para luchar contra el franquismo.
Memoria de una militancia política atravesada por el recuerdo de los deseos, de mujeres que amaban, que se escapaban de la mirada de sus madres y de los chicos del barrio para correr al barrio de al lado y conocer otras realidades. Virtudes e Isabel eran mujeres trabajadoras emancipadas que nos precedieron en la lucha por los derechos y libertades de toda la sociedad, y que nuestras instituciones no recogen. Queda mucho para que la foto que guarda Isabel de ella junto a su amiga Virtudes desde 1939 en su cartera, se conserve y se difunda desde el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, el que se fundó sobre el Archivo de la Masonería y el Comunismo que dirigió aquel Guardia Civil por el que fueron asesinadas las Trece Rosas.
Comentarios
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